06 junio 2025

Dieciséis textos de Jorge Riechmann para conocer el pasado y el presente del ecologismo

DIECISÉIS TEXTOS DE JORGE RIECHMANN PARA CONOCER EL PASADO Y EL PRESENTE DEL ECOLOGISMO
selección de
Raúl Garrobo Robles
 

La presentación del libro de Jorge Riechmann Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro) que ofrecemos a continuación apareció publicada por primera vez en el número 72 de la revista de filosofía moral y política Isegoría (enero-junio 2025) con el título de El ecologismo en perspectiva. Esta reseña puede ser consultada en cualquiera de los siguientes enlaces:
 
 

Jorge Riechmann, Ecologismo: pasado y presente (con un par de ideas sobre el futuro), con dos contribuciones de Adrián Almazán, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2024.

Ecologismo: pasado y presente bien podría servir de libro de cabecera para una clase política ―tomada en términos generales― que a menudo hace gala de un analfabetismo ecológico irreconciliable con la extrema gravedad de la actual crisis ecosocial. En esta obra, el recorrido histórico a través de los hitos del ecologismo y del sentimiento de reconciliación con la naturaleza, desde sus orígenes en la Revolución Industrial hasta nuestros desquiciados y shakespearianos días, así como el esfuerzo de concreción y precisión del léxico asociado a este devenir, facilitan la toma de contacto con un discurso que actualmente no cesa en su proliferación, pero cuya complejidad y amplitud interdisciplinaria dificultan su aprehensión. Uno de los méritos de este libro de Jorge Riechmann es, precisamente, su intención de constituir ―según un orden que, salvando las distancias, podríamos identificar como geométrico― una aproximación al ecologismo en términos tanto históricos como sistemáticos, hecho este que supone un hito entre la bibliografía ecologista al uso. Por momentos, la reconstrucción de lo que podríamos denominar la constitución moderna de la episteme ecologista que se lleva a cabo en el libro se asemeja lúcidamente al método arqueológico de Michel Foucault, de suerte que Riechmann nos permite rastrear las circunstancias históricas por las que finalmente se ha logrado pensar lo impensado del capitalismo ―que es también una de sus condiciones supremas de posibilidad―: la naturaleza como contexto de producción.

Comenzando por los primeros pasos de la concienciación medioambiental durante el siglo XIX, Jorge Riechmann repasa las aportaciones del ambientalismo obrero en su prosecución de mejores condiciones higiénicas, la preocupación burguesa por los cordones sanitarios, el sentimiento romántico-aristocrático de preservación de la naturaleza... todos ellos impulsos pioneros de un ambientalismo y un proteccionismo emergentes.

Asimismo, siguiendo de cerca a los historiadores de la ciencia Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz, a quienes Riechmann les tiene "echado el ojo" ―con lo que ello significa en cuanto a su positiva recepción en España―, el filósofo y poeta madrileño insiste en que, ya desde sus orígenes, la capacidad destructiva del capitalismo industrial no pasó desapercibida para sus coetáneos. Así, el economista inglés William S. Jevons fue perfectamente consciente de la disyuntiva que los avances técnicos de la Primera Revolución Industrial abría para la humanidad: «tenemos que hacer una elección trascendental entre una breve, pero verdadera opulencia, y un período más largo, pero de continuada mediocridad». Paradójicamente, Jevons optó por la vía de la hýbris, esto es, por la vía de la extralimitación, aunque es de suponer que, en posesión del bagaje clásico promedio para todo autor decimonónico, conocía perfectamente cómo acabó Aquiles ante un dilema no muy diferente.

Desde Jevons hasta nuestros días ―especialmente desde los años ochenta―, ha sido esta misma vía ―la vía aquílea de la denegación, podríamos llamarla― la que ha logrado imponerse. En este contexto, Jorge Riechmann habla de cuatro niveles de negacionismo. El nivel cero ―el tradicional― sería aquel que no reconoce el holocausto judío ―tal y como el sionismo y sus acérrimos niegan hoy el genocidio palestino―. En el nivel uno, por su parte, tendríamos el recurrente negacionismo del cambio climático, ya sea porque se lo naturaliza, ya porque ―sencillamente― se lo considera inexistente. Más sutiles, aunque no por ello carentes de operatividad, serían los dos niveles restantes. En el nivel dos nos las veríamos con una categoría de negacionismo que cuestiona la finitud humana, así como los límites biofísicos que la delimitan, y por cuyos efectos narcóticos nos veríamos acríticamente impulsados a aceptar que, a pesar de la crisis socioecológica extrema, los humanos perduraremos. Para el negacionismo de nivel tres, finalmente, el expansionismo capitalista, con su remanente "ilimitado" de tecnologías salvíficas, sería la cultura que habría de hacernos perdurar. Tiempos desquiciados out of joint― estos que nos toca vivir.

A pesar de la tendencia histórica negacionista, Riechmann nos recuerda que el ecologismo, tras la Gran Aceleración capitalista de los años sesenta, tuvo en la década siguiente su particular eclosión primaveral. Los setenta son los años en los que la reflexión ecológica adquiere plena consciencia de la deriva ecocida asociada a la maquinaria capitalista, son los tiempos del informe al Club de Roma sobre dinámica de sistemas conocido como Los límites del crecimiento y de la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano de la ONU. Atendiendo tan solo a los primeros años de esta década, Barbara Ward y René Dubos redactan Una sola Tierra; Barry Commoner publica El  círculo  que  se  cierra; Murray Bookchin, Ecología y pensamiento revolucionario; Nicholas Georgescu-Roegen, La ley de la entropía y el proceso económico... Si en algún momento el movimiento ecologista tuvo la oportunidad de permear con sus conocimientos y propuestas la mentalidad social de la ciudadanía en las democracias occidentales, fue entonces, en los setenta. Pero la reacción neoliberal desde los años ochenta ―la década de Ronald Reagan y Margaret Tatcher― contaría con una poderosa baza: el "apetitoso bocado" del desarrollo sostenible.

De nuevo, la disyuntiva adquiría resonancias clásicas. Dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas ―evoca Riechmann―, eran dos las principales estrategias. Por un lado, la vía del replegamiento y la autocontención, es decir, el reconocimiento colectivo de nuestra condición terrenal, el reencuentro con nuestra Madre Tierra. En términos simbólicos, esta opción contaba con la ventaja de conducir a Aquiles de regreso al hogar, junto a su padre y su joven hijo, para disfrutar de una prolongada y modesta vida, sin excesos heroicos y, por lo tanto, también sin la melosa tentación de una fama inmortal. De otro lado, la fáustica y voraz vía de la tecnociencia, que aspiraba a esquivar satisfactoriamente el escollo de los límites biofísicos del planeta Tierra por intervención del desarrollo sostenible y su prometida ecoeficiencia: un Aquiles desbocado dispuesto a enfrentarse a las sacrosantas fuerzas de la naturaleza. Como bien sabemos, finalmente fue la vía ecorreformista la que se impuso. Pese a todo, el aumento de la eficiencia no trajo consigo una reducción de la producción, sino mayores índices de oferta y demanda. Es lo que se conoce como la paradoja de Jevons.

Durante un par de décadas, buena parte del movimiento ecologista quedaba atrapado en la red del desarrollo sostenible. A través de sus capacidades proteicas, el capitalismo "verde" reabsorbía la representación de las condiciones objetivas de la realidad para generar así una reconformada superestructura más acorde con las nuevas evidencias. Pero el imaginario ecorreformista resultante no dejaba de ser un discurso vacío: el sosteniblablá. Visto en retrospectiva ―confiesa Riechmann―, la apuesta por el desarrollo sostenible ha venido funcionando desde entonces como una colosal maniobra de distracción cuyo resultado ha sido la derrota histórica del movimiento ecologista. Si el problema de fondo es la extralimitación, la ecoeficiencia reformista no podía traer consigo sino procesos aún mayores de extractivismo, sobreproducción y ultraconsumo. Cuando de lo que se trataba era de generar formas de vida alternativas a las que proliferan dentro del sistema capitalista, la vía tecnológica lo único que nos ha permitido ha sido el perfeccionamiento de estas últimas de conformidad con los fines del capitalismo. Ante esto, ¿cómo pueden ciertos intelectuales del movimiento ecologista de nuestros días perseverar en la vía de la ecoeficiencia como si en lugar de encontrarnos en la tercera década del tercer milenio ―con lo que ello implica― nos halláramos aún en los años noventa, ochenta e incluso setenta del siglo pasado ―se pregunta Jorge Riechmann―? ¿Cómo puede Emilio Santiago Muíño tildar de mito al colapso ecosocial en curso? «Apenas puede uno imaginar algo más tóxico que ese optimismo mentiroso».

Una mirada honesta sobre la realidad ecosocial actual, por muy doloroso que nos resulte lo que vemos, solo puede llevarnos a afirmar que nos hallamos en la trayectoria que conduce hacia «sociedades inviables en una Tierra inhabitable». El colapso ecosocial ya ha comenzado. Algunos de sus rostros son fácilmente reconocibles. Por ello, debido al escaso margen de que disponemos, es apremiante aprender a colapsar mejor. Para ello, no debemos obviar que el colapso en curso es tan solo el efecto de nuestro modo capitalista de producción. Ponerle remedio no puede consistir en modular esos mismos efectos. De hecho, no existe solución alguna que pretenda atajar el problema pasando de largo ante una urgente salida del capitalismo. Desgraciadamente, como viene repitiendo Riechmann desde hace algunos años, lo ecosocialmente necesario resulta hoy políticamente imposible. La humanidad ha comenzado un ominoso camino que nos conduce hacia la desesperanza. Precisamente por ello, antes de que el fascismo enarbole su estandarte a ritmo de marcha militar, el ecologismo político debe trabajar para reemplazar las falsas esperanzas ecorreformistas por el único y viable principio de realidad: el urgente abandono del capitalismo. Si imposible, no es menos cierto que también es absolutamente necesario. Trabajar en lo imposible continuará siendo durante los próximos años la tarea crucial de nuestro tiempo.

Jorge Riechmann Fernández.

"ECOLOGISMO: PASADO Y PRESENTE (CON UN PAR DE IDEAS SOBRE EL FUTURO)", CON DOS CONTRIBUCIONES DE ADRIÁN ALMAZÁN, LOS LIBROS DE LA CATARATA, MADRID, 2024.

SELECCIÓN DE TEXTOS
 
Texto 1
Primeros pasos en la concienciación medioambiental durante el siglo XIX

«La contaminación, una de las formas de degradación del medio ambiente asociadas con la actividad humana (sólo una entre muchas), ha existido desde que existen concentraciones urbanas; pero con los comienzos de la Revolución Industrial, que fue incrementando de forma exponencial el impacto humano sobre la biosfera, se produce un verdadero salto cualitativo [...]. La contaminación de aires, aguas y alimentos afectaba fundamentalmente a las clases trabajadoras hacinadas en los centros fabriles [...]. La reivindicación de mejores condiciones de higiene y vivienda ―lo que podríamos llamar ambientalismo obrero― fue uno de los ejes de actuación del naciente movimiento obrero, uno de los sectores que en el siglo XIX exigió mejoras medioambientales. Otro sector lo componían los grupos de reformistas liberales, filántropos y médicos humanistas procedentes de las clases medias y la burguesía [...]. Así, en la segunda mitad del siglo XIX, el Parlamento británico legisló para mejorar la calidad de las aguas: [...] "la función de los reglamentos de inspiración higienista [...] estriba, sobre todo, en alzar una especie de cordón sanitario en torno a la clase obrera, tenida por clase médica y socialmente peligrosa [...]". [...] La consideración moderna de las relaciones entre naturaleza y sociedad [...] se irá desplegando en paralelo a las preocupaciones higienistas [...] y al sentimiento romántico de la naturaleza (frecuentemente ruralizante y antiindustrial, preñado de aristocrática nostalgia de un mundo virgen, a menudo pensado como gran coto de caza) que es constatable entre las clases altas europeas y norteamericanas en la segunda mitad del siglo XIX. [...] Se trata, en general, no tanto de una voluntad explícita de proteger el medio ambiente cuanto de pautas de apropiación estetizante de los paisajes amenazados por la industrialización; pautas vinculadas con el ejercicio de los tradicionales deportes de la caza y la pesca y con el desarrollo del turismo entre las clases ociosas. [...] Sea como fuere, tanto las luchas de la clase obrera por su salud como las preocupaciones de aristócratas burgueses cultivados por el disfrute de sus paisajes se traducen, a lo largo del siglo XIX y a comienzos del XX, en disposiciones legales y esfuerzos asociativos a favor de la naturaleza. En esta primera fase de la sociedad industrial, Gran Bretaña y EE UU desempeñan un papel pionero. [...] Así, el ayuntamiento de la ciudad de Mánchester nombró un comité de molestias para estudiar los problemas del humo ya en 1801. Un conservacionismo científico fue cobrando cuerpo con la creación de la Sociedad Zoológica de Londres en 1830, así como otras entidades de estudio de la vida animal, vegetal y mineral. En 1865 se fundó la "Sociedad para preservar los espacios abiertos comunales y los caminos de a pie". [...] Inglaterra fue la cuna de una poderosa corriente opuesta a los malos tratos a los animales desde finales del siglo XVIII. [...] Estrechamente vinculada con este movimiento de protección de los animales está la promoción del vegetarianismo: la Vegetarian Society se fundó en Manchester en 1847. [...] En EE UU es donde nace la idea de preservar grandes extensiones de terreno en un estado original, como "santuarios" para la vida silvestre y la conservación de los paisajes. [...] En 1872 se crea el primer parque nacional de EE UU y del mundo entero, el de Yellowstone. De esta manera arranca lo que será un vasto movimiento ―no sólo norteamericano, sino de alcance mundial― para la protección conjunta de los espacios naturales [...]. Llamaremos a esta corriente proteccionismo o conservacionismo [...]. Las principales asociaciones conservacionistas de EE UU se fundan en 1892 ―el Sierra Club― y 1905 ―la Audubon Society― [...]. En Francia la Société Nationale de Protection de la Nature se funda en 1854 [...]. En cuanto a Alemania, [...] hacia 1825 se forman entre las clases altas los primeros grupos que luchan por conservar lo que Alexander von Humboldt había bautizado en 1799 como "monumentos de la naturaleza". [...] En lo que hace a España, puede rastrearse un rudimentario pensamiento proteccionista durante la segunda mitad del siglo XIX en el Cuerpo de Ingenieros de Montes: la deforestación era el principal problema medioambiental [...]. Hay que revisar también las importantes iniciativas de la Institución Libre de Enseñanza [...]. En Francisco Giner de los Ríos se puede ver un "antecedente inmediato del actual pensamiento ecologista". Por otra parte, también en nuestro país se manifiesta el ambientalismo obrero que hemos rastreado en páginas anteriores. Un episodio temprano muy sonado (y muy trágico) fueron las protestas contra la explotación laboral y los daños ambientales que producía la mina de cobre de Riotinto, en 1888. [...] La primera asociación de naturalistas que se creó en España fue la Real Sociedad de Historia Natural en 1871 [...]; pero nunca salió del terreno estrictamente científico. [...] los dos primeros parques nacionales, el de Ordesa y el de Covadonga, datan de 1918»; [pp. 21-33].

Texto 2
Ya desde sus orígenes, la capacidad destructiva del capitalismo industrial no ha pasado desapercibida

«Aunque tiene mucha difusión cierto relato exculpatorio sobre la crisis ecológico-social como fruto de la ignorancia (¡nuestros antepasados, y especialmente los gobernantes y los capitanes de industria del mundo euro-norteamericano, no sabían que lo que hacían iba a causar tanto daño!), lo cierto es que hubo mucha preocupación y numerosas advertencias desde los mismos orígenes del capitalismo industrial. La investigación histórica muestra que el surgimiento de cierta conciencia ambiental (sobre los impactos de la industrialización, la finitud de los recursos y la rotura de los intercambios metabólicos) no es un fenómeno reciente, sino que acompaña desde sus comienzos al despliegue de ese capitalismo industrial. Lo argumentan con rigor Bonneuil y Fressoz en [...] L'événement Anthropocène [...]: "[...] nuestros antepasados han destruido sus entornos con plena consciencia de lo que estaban haciendo". Un momento muy impresionante de esa opción por la destrucción lo encontramos en cierto paso de La cuestión del carbón (1865) de William S. Jevons. El economista inglés, consciente de la finitud de los recursos fósiles, escribe que "tenemos que hacer una elección trascendental entre una breve, pero verdadera opulencia, y un período más largo, pero de continuada mediocridad". [...] Y lo impresionante es que Jevons, con pleno conocimiento de causa y representando en cierta forma a su sociedad (la Inglaterra imperialista del siglo XIX), ¡opta por lo primero! Otro ejemplo (y se podrían multiplicar): en 1914 Louis de Launay, un ingeniero de minas francés (miembro de la Academia de Ciencias), anticipa en La Nature (la principal revista francesa de divulgación científica en ese momento) un horizonte de agotamiento de los recursos fósiles, en la línea de Jevons. Pero advierte también frente a la posibilidad de cambios climáticos dañinos [...]. Cabe concluir, con Bonneuil y Fressoz, que [...]: "[...] el problema histórico importante ya no parece ser el de explicar la 'toma de conciencia ambiental', sino más bien comprender cómo las élites industrialistas y 'progresistas' han podido contener en los márgenes todas esas luchas y alertas y luego sumirlas en el olvido". [...] El  pensamiento científico y filosófico occidental comenzó a avisar sobre la insostenibilidad de un modelo de producción ajeno a los límites biofísicos del planeta desde hace más tiempo de lo que solemos creer [...]. Hay que dar la razón a Bonneuil y Fressoz cuando insisten en que "la historia del Antropoceno debe apoyarse sobre la perturbadora constatación de que la destrucción de los entornos no se ha hecho por inadvertencia, como si la naturaleza no contase, sino a pesar de la prudencia medioambiental de los modernos". [...] Me limitaré ahora a recordar las advertencias tempranas de una serie de autores clave en la primera mitad del siglo XX, precursores de lo que será la conciencia ecológica moderna: Albert Schweitzer, Walter Benjamin, Simone Weil, Lewis Mumford, Elyne Mitchell, Aldo Leopold, Bernard Charbonneau... En la segunda mitad del siglo XX estas advertencias de humanistas y científicos se apoyan en una base de conocimiento más rigurosa: Rachel Carson, René Dubos, Barry Commoner, Murray Bookchin, Cornelius Castoriadis y un largo etcétera. Una fecha clave es 1972 (Cumbre de Estocolmo e informe The Limits to Growth). Desde entonces sabemos con certidumbre científica que la civilización que Europa propuso al mundo entero a partir del siglo XVI (expansiva, colonial, patriarcal y capitalista) no tiene futuro, y que cuanto más tardemos en transitar a alguna clase de poscapitalismo peor será la devastación: pero por desgracia en los años 1970-1980 el negacionismo se impuso»; [pp. 19-21 y 37-39].

Texto 3
La Gran Aceleración y la "primavera ecologista"

«[...] en 1920-1950 tiene lugar un salto de escala: en las sociedades industriales avanzadas sucede una transformación que multiplica el impacto humano sobre la biosfera. Para fijar ideas, se puede situar en la Segunda Guerra Mundial esa ruptura (y así llamaremos la atención sobre la importancia que las guerras han tenido históricamente en la configuración de las relaciones sociedad-naturaleza): [...] a partir de ese momento superamos la capacidad del planeta Tierra para producir los recursos biológicos que necesitamos y para absorber los residuos que generamos. Hacia 1945 se trata, muy a grandes rasgos, de la madurez industrial de las tecnologías de la "segunda revolución tecnológica" (petróleo como fuente de energía básica, uso generalizado de la electricidad, industrias químicas y del automóvil, etc.) y de la fase "fordista" del capitalismo (las nuevas fuentes de energía, y los nuevos métodos de organización del trabajo, permiten ingresar en el estadio de la sociedad y consumo de masas en los países centrales del sistema), con lo que se origina eso que después hemos llamado la Gran Aceleración. En efecto, a mediados del siglo XX habría tenido lugar, según Will Steffen, la transición efectiva del Holoceno al Antropoceno en forma de Gran Aceleración. [...] "Es difícil sobreestimar la magnitud y la velocidad del cambio. En una sola vida la humanidad se ha convertido en una fuerza geológica a escala planetaria", señala [...] Will Steffen [...]. Aquí se localiza una cesura histórica tan importante como el comienzo de la Revolución Industrial, y que constituye el verdadero origen inmediato de la crisis ecológica global puesta de manifiesto desde mediados de los sesenta. [...] Hacia 1960 el impulso de la Gran Aceleración está en sus máximos, la industrialización avanza sin oposición en EE UU y Europa, y nadie hubiera podido prever la oleada de contestación ecológica que iba a desplegarse pronto. [...] A medida que se multiplican las evidencias del destructivo impacto humano sobre la biosfera y de la inviabilidad a largo plazo de muchos hábitos, prácticas e instituciones de la parte más rica de la humanidad actual, va extendiéndose la percepción de que probablemente el periodo histórico iniciado con la Revolución Industrial, y sobre todo el extraordinario desarrollo económico posterior a la Segunda Guerra Mundial, representan una especie de estado de excepción histórico que no podrá prolongarse mucho más. El optimismo productivista y tecnocrático se ve cada vez más desmentido por los hechos. Voces informadas se alzan contra esta situación: son los primeros análisis ecologistas contemporáneos [...]. En efecto, el arranque de la década de los setenta supuso un salto cualitativo en la formación de consciencia ecológica a nivel mundial [...]. La primera mitad de esta década de expansión ecologista está dominada por el debate en torno a los límites del crecimiento, puesto en marcha por la publicación de los dos primeros y más importantes informes al Club de Roma en 1972 y 1974, respectivamente, que obtienen una impresionante audiencia (sobre todo el primero, The Limits to Growth). Estos estudios de prospectiva científica, al prolongar y enlazar las tendencias mundiales dominantes en los ámbitos de población, recursos y medio ambiente, obtienen conclusiones muy preocupantes: anticipan un colapso del sistema mundial en algún momento del siglo XXI, de no cambiar las dinámicas básicas de las sociedades industriales. [...] En junio de 1972 se celebra en Estocolmo la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente Humano, patrocinada por la ONU; de ella resulta la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). A finales de 1973, el shock petrolífero consiguiente a la guerra árabe-israelí del Yom-Kippur es el detonante de una grave crisis económica larvada ya en años anteriores, y pone sobre el tapete la cuestión energética en toda su gravedad. Los planes de nuclearización en que se embarcan la mayoría de los Gobiernos occidentales por esos años provocarán la intensa respuesta de un ecologismo politizado y radicalizado. [...] Las viejas organizaciones conservacionistas (o partes de ella) se adecúan a la novedad que representa la crisis ecológica global renovándose o refundándose como organizaciones ecologistas, y la piedra de toque entre el viejo conservacionismo y el nuevo ecologismo suele ser la posición respecto a la energía nuclear»; [pp. 43-55].

Texto 4
Una precisión terminológica: ecología, conservacionismo, ambientalismo, ecologismo, ecología política

«Es el momento de precisar algunos términos que a menudo se confunden y que, al menos implícitamente, hemos empezado a definir a lo largo de las páginas anteriores. Se trata de términos como ecología, conservacionismo, ambientalismo, ecologismo, ecología política... [...] Una primera distinción separa ecología (disciplina científica) y ecologismos (movimientos sociales). [...] En efecto, ecología designa una ciencia natural, que puede ser concebida de forma "naturalista" sólo como una parte de la biología (concretamente la biología de los ecosistemas, [...]) o de forma más ambiciosa y planetaria como ciencia interdisciplinaria de la biosfera. [...] Etimológicamente significa "ciencia del hábitat" [...]. La ciencia ecológica moderna [...] se constituyó hacia 1930, y su desarrollo en los decenios sucesivos será una condición previa para el nacimiento de los ecologismos de los años setenta. Vamos entonces a los ecologismos (en sentido muy amplio y aún impreciso). Cabe empezar deslindando el conservacionismo que no es un movimiento político (o lo es poco); tendería a caer fuera del campo de la ecología política. [...] Así, llamaremos conservacionismo (o a veces proteccionismo) al movimiento de protección de la naturaleza, los paisajes y las especies vivas; sus orígenes son casi tan antiguos como los de la industrialización, y el núcleo de su acción es la creación de áreas protegidas. [...] El peligro al que constantemente está expuesto el conservacionismo es el de la miopía: centrarse en los efectos y en lo puntual en lugar de considerar también las causas y los contextos globales. [...] Las propuestas sólo conservacionistas, que quizá tenían su sentido en la primera fase de la sociedad industrial, lo pierden crecientemente desde que entramos en la fase de la crisis ecosocial global. Pues en la época de las macrocontaminaciones como el exceso de gases de "efecto invernadero", en la época del ser humano como "fuerza geológica planetaria" (Vladimir Vernadsky), ya no hay santuarios, ya no hay islas vírgenes [...]. Dentro del campo de la ecología política caen tanto el ambientalismo como lo que podemos llamar ecologismo consecuente. Caracteriza al primero (que también podríamos llamar ecorreformismo) su compatibilidad con el sistema socioeconómico actual, mientras que el segundo desea reestructurar la totalidad de la vida económica, social y política, y es por tanto un movimiento anticapitalista. Veámoslo con detalle. Por ambientalismo entenderemos [...] aquellos movimientos sociales que luchan por un mejor ambiente y una mejor calidad de vida para los seres humanos, con perspectiva antropocéntrica [...] de compatibilidad con el capitalismo [...]; sólo las amenazas contra la salud humana y la calidad de vida movilizan a los ambientalistas. [...] Tanto el ambientalismo como el proteccionismo tienden a ser opciones reformistas: típicamente, no cuestionan de forma radical los modos actuales de producción y consumo. El viejo conservacionismo separaba la naturaleza de la sociedad, y actuaba presuponiendo esa separación [...]. Por el contrario, el moderno ecologismo se constituye como ecología política o ecología social o ecología humana: en su concepción del mundo tiende precisamente a anular aquella separación. El ambientalismo ignora que la protección del medio ambiente [...] es un fin que exige otra manera de producir y consumir, otra manera de vivir y trabajar. [...] Superador de la parcialidad inherente a los planteamientos meramente conservacionistas o ambientalistas es el ecologismo, que aborda la cuestión de las relaciones humanidad-naturaleza con una perspectiva renovadoramente global. Este movimiento social, activo desde los años setenta del siglo XX en los países capitalistas avanzados y radicalizado sobre todo por la lucha antinuclear, desea reestructurar la totalidad de la vida económica, social y política y tiende, por tanto, a ser un movimiento antisistema (anticapitalista y revolucionario). [...] subraya el carácter destructivo y  autodestructivo de la civilización productivista engendrada por el capitalismo moderno, y esboza el proyecto político-social de una civilización alternativa. [...] Por lo general, ni conservacionistas ni ambientalistas creen que la vida buena sea muy diferente de la que vivimos ahora en los países enriquecidos [...], mientras que los ecologistas consecuentes sí lo hacen, cuestionando el crecimiento económico cuantitativo, la manera en que las empresas capitalistas "dejan sus facturas sin pagar" (es decir, generan continuamente costes externos sociales y ecológicos), los modos de vida consumistas, la forma actual de la tecnología y la ilusión tecnológica (la  ilusión de que todos los problemas planteados por el crecimiento y la tecnología tienen solución con más crecimiento y tecnología, con "más de lo mismo"). Conservacionismo y ambientalismo pueden creer en la posibilidad de un "capitalismo verde"; en cambio el ecologismo consecuente critica esa idea, pues se toma en serio las decisivas constricciones que derivan de la finitud de nuestro planeta y se pregunta por las prácticas políticas, sociales y económicas que son compatibles con esas constricciones (y deseables desde un ideario de emancipación)»; [pp. 65-77].

Jorge Riechmann Fernández.

Texto 5
Ecofeminismos: situar el cuidado de la vida en el centro

«Hablamos de ecofeminismos desde que, a comienzos de los años setenta del siglo XX, Françoise d'Eaubonne forjó el término. [...] Ser ecofeminista, suele insistir Alicia Puleo (una de las autoras ecofeministas más destacadas en nuestro país), no implica afirmar que las mujeres estén más vinculadas (de manera innata) a la naturaleza y la vida que los varones. Pero "el colectivo femenino no ha tenido, por lo común, acceso a las armas y ha sido tradicionalmente responsable de las tareas del cuidado de la vida más frágil (niños/as, mayores y enfermos) y del mantenimiento de la infraestructura material doméstica (cocina, ropa, etc.), desarrollando, en términos estadísticos, una subjetividad relacional, atenta a los demás y con mayor expresión de la afectividad". El ecofeminismo crítico (orientado a la justicia ecológica y la sostenibilidad) se caracterizaría por: [...] la universalización de las virtudes del cuidado aplicadas a los seres humanos y al resto de la naturaleza. Y señala también la profesora de la Universidad de Valladolid: "la mujer ha sido naturalizada y la naturaleza ha sido feminizada. Debemos superar ambos procesos de dominación. [...] Las mujeres no somos las salvadoras del planeta ni las representantes privilegiadas de la naturaleza, pero podemos contribuir a un cambio sociocultural hacia la igualdad que permita que las prácticas del cuidado, que históricamente fueron sólo femeninas, se universalicen, es decir, que sean también propias de los hombres, y se extiendan al mundo natural no humano". [...] Como ha señalado Puleo, movimientos sociales como el ecologismo social, el ecosocialismo, el decrecentismo y el ecofeminismo comparten un amplio terreno común: la crítica al sistema capitalista y a los dogmas del crecimiento económico, el rechazo de la tecnología, la revisión del antropocentrismo... Debería ser posible establecer alianzas fructíferas alrededor de ese terreno común»; [pp. 78-81].

Texto 6
Ecosocialismos: la renovación de la crítica al capitalismo

«[El ecosocialismo] se desarrolla en Europa y EE UU (¡y especialmente en Barcelona, con Manuel Sacristán y su escuela!) desde los años 1970. [...] El ecosocialismo, nos sugiere Joel Kovel desde EE UU o Michael Löwy desde Francia, sería: "un proyecto fundado sobre el predominio del valor de uso [por encima del valor de cambio] ―es decir, la dimensión cualitativa de los productos, su utilidad humana, su belleza, sus aspectos concretos, sensibles o espirituales―, sobre la propiedad común de los medios de producción, sobre la libre asociación de los trabajadores (célebre fórmula de Marx) y sobre un modo de vida ecocéntrico". [...] Hay que entender las "contradicciones" del capitalismo como la canibalización de sus propias condiciones de posibilidad. [...] "[...] No es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible". [...] el ecosocialismo ejerce una crítica radical ―verdaderamente radical― del capitalismo, pero también es harto consciente de la necesidad de revisión de las tradiciones principales de la izquierda, que históricamente han sido prometeicas y productivistas. [...] Manuel Sacristán lo dice rotundamente: "está fuera de duda que todo comunista que vea en el problema ecológico el dato hoy básico del problema de la revolución se ve obligado a revisar la noción de comunismo". [...] Sacristán planteaba la conveniencia de vincular la perspectiva igualitaria de un comunismo de la escasez con la defensa de una propuesta de democracia directa radical articulada dando un peso a las pequeñas comunidades y a la democracia de productores, en lo que podría suponer una versión actualizada de un comunismo libertario, además de igualitario. [...] Vamos a otro compañero ecosocialista: Daniel Tanuro. No puede decirse que no plantee las cosas con claridad [...]: "o bien una revolución permite a la humanidad liquidar el capitalismo para reapropiarse de las condiciones de producción de su existencia, o bien el capitalismo liquidará a millones de inocentes para seguir su curso bárbaro en un planeta mutilado y tal vez invivible"»; [pp. 82-86].

Texto 7
Derrota crucial de los ecologismos en los años setenta

«¿Qué pasó con el ecologismo radical de los años 1970? [...] en los años setenta se estaba impugnando el orden socioeconómico capitalista (e incluso, de forma más amplia, industrial-productivista), pero no sólo: más allá de ese cuestionamiento (¡que es enorme!) se ponía en entredicho todo un orden civilizacional, una concepción del mundo o cosmovisión basada en el mecanicismo, el antropocentrismo y la dominación sobre la naturaleza. Y resulta significativo cómo, a medida que va imponiéndose la reacción neoliberal desde los años 1980, ese cuestionamiento más radical ―que simbolizarían pensadores como Lynn Margulis, Nicholas Georgescu-Roegen, Iván Illich, María Mies o ArneNaess― no encuentra apenas eco en el seno del ambientalismo mainstream (embrujado por el paradigma capitalista del "desarrollo sostenible") que se va imponiendo. [...] En aquellos dos decenios clave, 1970 y 1980, las élites capitalistas reaccionaron contra lo que consideraban el "exceso de democracia" en Occidente y dieron paso al orden / desorden neoliberal. Otra forma de aproximarnos a aquella situación: desde los años 1970 va esbozándose en muchos países una pugna ―dentro de los ecologismos y ambientalismos― entre lo que serían dos amplias estrategias: a) la autolimitación primero (con la comprensión de la necesidad de reinsertarnos en el sistema Tierra) y b) la tecnología primero (en términos sobre todo de ecoeficiencia). Y es que el diagnóstico básico del ecologismo consecuente, desde hace medio siglo, puede resumirse en una palabra: extralimitación (que en inglés se dice overshoot). [...] En esa situación de extralimitación (una huella ecológica global mayor que la biocapacidad del planeta) nos encontramos desde los años 1980, y la crisis ecológico-social va empeorando constantemente. El calentamiento climático sólo es el síntoma más evidente y catastrófico de ese problema de fondo. La segunda de estas estrategias (la tecnología primero, sin que nos atrevamos a cuestionar el orden socioeconómico que impera) obtuvo un eco creciente en los sectores sociales [...]. En una sociedad cada vez más troquelada por un capitalismo fosilista, tecnólatra y ―a partir de los años 1980― neoliberal, ¿cabría otro desenlace? Pero como el problema de fondo es, de hecho, la extralimitación, sólo la primera línea estratégica hubiera podido alejarnos de los desenlaces catastróficos. En la salida de los años 1970, los avances del neoliberalismo van incrementando el poder del capital y desplazando a las sociedades hacia la derecha; el "desarrollo sostenible" va camino de convertirse en paradigma dominante. Y se consuma el overshoot (extralimitación ecológica)»; [pp. 93-96].

Texto 8
Los ochenta y comienzos de los noventa: denegación y "sosteniblablá"

«En 1989 cae el Muro de Berlín: es el final del mundo soviético que, a partir de la Revolución de Octubre de 1917, había marcado buena parte de la historia del siglo XX. Y aunque estos son los años ―finales de los ochenta, comienzos de los noventa― en que se supone que el capitalismo está tratando de reformarse ecológicamente [...] lo que sucede es justo lo contrario. "Es el momento de la máxima aceleración, el máximo extractivismo, y la máxima denegación" de la situación real de la humanidad. Dichos y hechos se separan dramáticamente; el greenwashing ("lavado de cara verde") y el "sosteniblablá" ascienden rampantes; el neoliberalismo triunfante se atreve a proclamar el fin de la historia. [...] Naredo [...] ha analizado en más de una ocasión cómo el agravamiento de los problemas ecosociales condujo con "falso pragmatismo", y poniendo en marcha una gigantesca maquinaria de distracción, desde la necesidad de atajar las causas (el uso de la Tierra y sus recursos) al mero intento de corregir los efectos (el cambio climático y otras formas de contaminación). Entre otras distracciones, no hemos prestado suficiente atención a la paradoja de la contaminación [...]: cuanto más daño haga una empresa, más dinero debe gastar en la política de las democracias liberales para garantizar que no se regule su existencia y actividades. Como resultado, la política pasa a estar dominada por las empresas más dañinas. [...] Pero en cuanto se plantea de verdad un conflicto que tensiona a nuestras sociedades con ecosistemas, seres vivos y elementos de la naturaleza, los argumentos que tienen más peso siempre siguen siendo los que apelan a los puestos de trabajo, el desarrollo y el crecimiento económico. [...] Visto de forma retrospectiva, el despliegue del paradigma del "desarrollo sostenible" habrá sido una de las mayores (y quizá la más fatídica) entre las operaciones de relaciones públicas en la historia humana. Cuando aún era posible cambiar de rumbo, nos fijó sólidamente dentro de un marco de reforma capitalista (que por otra parte nunca tuvo lugar). Una buena parte del movimiento ecologista cayó (caímos) en esa trampa»; [pp. 105-108 y 113].

Jorge Riechmann Fernández (imagen de Demian Ortiz).

Texto 9
Negacionismo a varios niveles

«Lo que hemos tenido desde los años noventa hasta hoy es sobre todo greenwashing a gran escala. Maquillaje verde, cambios legislativos menores y "proyectos de demostración" donde hacía falta cambio sistémico. Y hemos tenido mucho negacionismo. Pero no en el que era el sentido más habitual de "negacionismo" hace treinta o cuarenta años (referido al Holocausto, la Shoáh), el que podríamos llamar nivel cero; ni tampoco al más corriente hoy (negacionismo climático), nivel uno; sino a un negacionismo más amplio: el negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos y vulnerables, seres que han puesto en marcha procesos destructivos sistémicos de magnitud planetaria, y que hemos desbordado los límites biofísicos del planeta Tierra. Éste sería el nivel dos. Me refiero al negacionismo que rechaza la finitud humana, nuestra animalidad, nuestra corporalidad, nuestra mortalidad, y esos límites biofísicos que visibiliza, por ejemplo, la famosa investigación (sobre nine planetary boundaries) de Johan Röckstrom y sus colegas en el Instituto de Resiliencia de Estocolmo. [...] El negacionismo de los límites biofísicos que prevalece en la cultura dominante puede estudiarse bien a través de [...] lo que cabe llamar el "affaire Georgescu-Roegen" [...]. Cuando de forma propagandística afirmamos que en España "las renovables son nuestro petróleo, uno no contaminante, limpio y autóctono", estamos de hecho ignorando el legado de Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los fundadores de la economía ecológica: él nos llamaría la atención sobre el carácter insustituible del petróleo, por las muy especiales características de este combustible fósil, y también subrayaría los nada despreciables impactos de los aprovechamientos de las fuentes renovables (puesto que matter matters too: el principio de entropía se aplica no solamente a la energía, sino también a los materiales). [...] Y habría, más allá de esto, un tercer nivel de negacionismo: el que rechaza la gravedad real de la situación y confía en poder hallar todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo. Por desgracia (porque esto complica aún más nuestra situación), ya no es así... Dejamos pasar demasiado tiempo sin actuar. Ojalá existiesen esos espacios de acción; pero eso equivale en buena medida a decir: ojalá estuviésemos en 1980, en 1990, en vez de en 2024. Ojalá 350 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera, en vez de 420 (y creciendo rápidamente). Pero, como señala Daniel Tanuro, "para tener un 50% de probabilidades de limitar el calentamiento a 1,5 °C sin recurrir a tecnologías de aprendices de brujo, es preciso que las emisiones netas mundiales de CO2 disminuyan un 58% de aquí a 2030, y un 100% de aquí a 2050, y sean negativas a partir de entonces. Es rigurosamente imposible alcanzar estos objetivos, o siquiera acercarse a ellos, sin una ruptura anticapitalista revolucionaria. Topamos aquí de nuevo con la cuestión del crecimiento...". El ecomodernismo ―con versiones de izquierdas y de derechas―, por ejemplo, asume que una transformación ecosocialista decrecentista es imposible, y que sólo habría salvación posible acelerando todavía más nuestra huida prometeica hacia adelante: buscando un futuro de alta energía y alta tecnología que intensificase aún más una producción que seguiría creciendo. Para mí, esto queda dentro del negacionismo de tercer nivel»;[pp. 110-112 y 108-109].

Texto 10
La catábasis ecosocial a la que asistimos evidencia el fracaso de los movimientos ecologistas

«Los movimientos ecologistas han luchado durante más de medio siglo para evitar que sucediese lo que está sucediendo, para evitar que llegásemos donde ahora nos hallamos: el calentamiento global en camino de convertirse en hecatombe climática, el agotamiento de los recursos minerales (comenzando por el petróleo), la destrucción masiva de ecosistemas, suelo fértil, especies, poblaciones y seres vivos; la degradación, el empobrecimiento y el envenenamiento de la biosfera. Estos movimientos han luchado no por "salvar el planeta" sino para preservar las opciones de vida buena (para los seres humanos y las demás criaturas), y para evitar el ecocidio. [...] En nuestro país, y pensando en términos macrosociales, el movimiento logró éxitos en importantes luchas defensivas (conservación de valiosos espacios naturales, como el Coto de Doñana que ahora se ve amenazado; paralización de una parte del desaforado programa nuclear de los años setenta; rechazo del Plan Hidrológico Nacional de Borrell y Aznar...), pero fracasó en su aspecto constructivo: avanzar hacia nuevas formas de vivir, producir y consumir. El cuestionamiento en serio del capitalismo ―patriarcal, colonial, fosilista, ecocida―, una vez cerrada la ebullición emancipatoria que se dio al final del régimen franquista y durante la primera fase de la Transición, ha sido asunto sólo  de franjas marginales de la sociedad española; y también resultó minoritario dentro de los movimientos ambientalistas y ecologistas. Faltó, por lo general, una comprensión mejor del carácter sistémico de la dominación capitalista y de la potencia autoexpansiva de la acumulación de capital. No se percibió lo suficiente la necesidad de pensar ―y construir― el ecologismo como un movimiento revolucionario. Se creyó que había ciertos espacios para avanzar dentro del capitalismo realmente existente, espacios que a la postre eran mucho más exiguos de lo que se percibía. [...] A partir de los años 1980-1990, se cedió demasiado frente a la perspectiva más convencional del desarrollo sostenible, con la idea de que se podía trabajar dentro del sistema con un margen amplio. Parte de los ambientalismos y ecologismos concedieron demasiado a eso que al final se manifestó como mero gatopardismo del sistema. [...] Así, constatamos el fracaso de los movimientos ecologistas. El ecocidio (que va de la mano del genocidio humano) está consumándose. Las sociedades industriales están colapsando, como efecto de un capitalismo que incrementa dramáticamente las desigualdades (sobre todo su última variante de capitalismo financiarizado, globalizado y neoliberal) al tiempo que ejerce una presión insoportable sobre la biosfera. Un ecologismo autoconsciente, que se niegue a engañarse a sí mismo, tiene que partir de la constatación de ese fracaso: todo se hizo para intentar evitar lo que está sucediendo, que era perfectamente previsible hace medio siglo. [...] ¿Dónde nos hallamos hoy? Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas (quien no es ningún ecologista radical), declaraba el 6 de septiembre de 2023 (después de un verano terrible de megaincendios como en Canadá ―pero también en nuestra isla de Tenerife―, megainundaciones como en Grecia, retroceso de los hielos en todas partes ―Antártida incluida―, temperaturas disparadas en tierra, mar y aire): "el colapso climático (climate breakdown) ha comenzado". Antes, en 2022, manifestó que "estamos en una autopista hacia el infierno climático con el pie apretando el acelerador". En la misma reunión internacional (COP27, en noviembre de 2022), Teresa Ribera, vicepresidenta del Gobierno de España (tampoco ninguna ecologista radical), sostenía que superar el límite de +1,5 °C (con respecto a las temperaturas preindustriales) significa "condenar a muerte a sabiendas a una gran parte de los territorios y personas en el mundo". El sujeto de esa grave acusación es el Norte global sobredesarrollado: y sabemos que desde luego vamos a superar ese límite de +1,5 °C (estamos ya en +1,2 °C). De hecho, en 2023 los bancos, el sector de los combustibles fósiles y los Gobiernos están reuniendo un billón de dólares para la extracción de nuevos combustibles fósiles, y las emisiones de GEI (que ya deberían haber alcanzado a comienzos del tercer decenio del tercer milenio su punto máximo para evitar los 2 °C grados de incremento) siguen creciendo. [...] Tras los espantosos incendios del verano de 2023, un titular de prensa decía: "El cambio climático ha convertido los bosques de Canadá en un infierno". Se podría y debería ampliar: la crisis ecosocial desbocada tiende a convertir el planeta Tierra en un infierno (para seres como nosotros). Lo más obvio es la tragedia climática, pero hay muchos otros aspectos de la degradación en curso. De forma muy destacada, la aniquilación de especies y poblaciones de seres vivos, a un ritmo tan elevado que hoy estamos entrando en la sexta gran extinción (pero antropogénica, esta vez, a diferencia de las cinco anteriores en la biografía de Gaia)»; [pp. 132-137].

Texto 11
La extralimitación que promueve el capitalismo nos conduce hacia sociedades inviables en una Tierra inhabitable

«Hay dos verdades que, más que incómodas [...], son inaceptables desde la visión del mundo que prevalece. Pero si no nos hacemos cargo de la realidad estamos perdidos. La primera es que el calentamiento global (más bien hay que hablar de caos climático o tragedia climática) no significa algunas molestias más para nuestra vida cotidiana (un poco más de calor en verano, disponer de algo menos de agua de lo que solíamos, precios de los alimentos más altos): lo que está en juego son sociedades inviables en una Tierra inhabitable. Y la segunda verdad inaceptable es que la crisis energética no tiene ninguna solución que no implique vivir usando mucha menos energía ―lo que exige autolimitación y frugalidad. No aceptamos que buena parte de lo que hemos llamado "progreso" y "desarrollo" a lo largo de los dos últimos siglos se debe en buena medida a la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles y a la estupefaciente sobreabundancia energética que nos proporcionaron. [...] Las dos nociones básicas para explicar en el plano material el ecocidio [...] son las de extralimitación [...] y fractura metabólica. Las dos nos remiten a la necesidad de un cambio sistémico que, por desgracia, no parece estar hoy (en tiempo y forma) a nuestro alcance. Asumir una derrota no implica tirar la toalla y dejar de luchar, pero nos exige hacernos cargo de las nuevas circunstancias en que van a desarrollarse las luchas sucesivas. [...] Digámoslo así: las fuerzas sociales hegemónicas en el capitalismo, sobre todo a partir de su ofensiva de los años 1970 y siguientes, se habrán defendido de las "verdades incómodas" (o inaceptables, como antes sugerí) de la ecología y los ecologismos hasta hacer inhabitable la Tierra. El nuestro es "un tiempo desquiciado que exige como urgencia a corto plazo lo que depende de cambios civilizatorios a largo plazo, como bien demuestra la crisis climática", indica Boaventura de Sousa Santos. Sí, the time is out of joint, dice Hamlet también en el Siglo de la Gran Prueba»; [pp. 138-141].

Texto 12
La actual deriva climática y sus desastrosas consecuencias alimentarán el desorden existencial del que el fascismo se servirá para incrementar su presencia y su influencia

«James Hansen, a quien un poco en broma ―pero sin exagerar― podemos llamar el climatólogo en jefe del planeta Tierra, estima probable que ya en 2024 superemos el límite crítico de 1,5 ºC con respecto a las temperaturas preindustriales [...]. Con el actual enfoque geopolítico de las emisiones de GEI, advierten Hansen y sus colaboradores en un importante artículo de noviembre de 2023, "el calentamiento global superará los 1,5 ºC en la década de 2020 y los 2 ºC antes de 2050". Y sabemos que "superar los 1,5 ºC de calentamiento global podría desencadenar múltiples puntos de inflexión climática", según reza el título del dramático artículo que David A. McKay, Tim Lenton y sus colaboradores publicaron en septiembre de 2022. Las emisiones de dióxido de carbono, por lo demás, siguen creciendo: lejos de "aplanarse la curva" (que más bien tendría que caer en picado para evitar los escenarios peores de calentamiento), en 2022 se alcanzaron las 37,5 gigatoneladas, el nivel más alto de la historia (habiéndose cuadruplicado desde 1960). Y el récord absoluto de consumo de petróleo se alcanzó en el verano de 2023, con 103 millones de barriles diarios. [...] La Organización Meteorológica Mundial advierte que "la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera alcanzó un nivel récord el año pasado" y que esta tendencia "no tiene fin a la vista". [...] el comportamiento sumamente anómalo del clima de la Tierra en 2023 hace concluir a muchos investigadores e investigadoras que el tiempo se ha acabado [...]. Siempre que hablamos de calentamiento global hay que repetir: tengamos presente que sólo es el síntoma (tremendo, apocalíptico quizá, pero un síntoma) de las dinámicas de fondo: el choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos del planeta Tierra, impulsadas por la ciega rueda de la valorización del valor. Un par de temporadas agrícolas seguidas con graves pérdidas de cosechas provocarían hambrunas masivas, el desplome de los países más débiles, geoingeniería y sociedades militarizadas en los Estados más fuertes, el ascenso de tribalismos fascistas en todas partes: un mundo infernal. Lo hemos estado viendo venir durante decenios, sin querer hacer caso. Las clases medias urbanas (venidas a menos) que se creen la propaganda del "no te conformes con menos", the sky is the limit y "lo mejor está por llegar", en un mundo de recursos escasos que se precipita al colapso ecológico-social, ¿podrán evitar convertirse en nazis? Es la tragedia política del Siglo de la Gran Prueba»; [pp. 158-164].

Jorge Riechmann Fernández.

Texto 13
El decrecimiento, en su versión poscapitalista, no deja de ser en España sino una reactualización (valiosa) de la ecología política que floreció durante los años setenta del pasado siglo

«Si ―como sostengo― la cuestión de los límites biofísicos y la reinserción de los sistemas humanos en los sistemas naturales es el principal hilo conductor de la historia de los ecologismos, entonces las propuestas de decrecimiento desempeñan un papel central. [...] El ideario del decrecimiento (casi hay que escribir la palabra en francés, décroissance, pues de Francia nos llegó a España) fue impulsado desde hace dos decenios por autores como Serge Latouche, Vincent Cheynet, François Schneider, Paul Ariés o Mauro Bonaiuti (o Carlos Taibo, de forma pionera, en nuestro país). [...] La parte absolutamente sensata e irrenunciable del decrecentismo es la disidencia de la huida hacia adelante: resulta imposible el crecimiento ilimitado dentro de una biosfera finita. Una economía que crece al 3% (lo que nuestros productivistas consideran el mínimo deseable para que el sistema funcione medio bien), ¡se dobla en veintitrés años, y en apenas setenta y ocho años se multiplica por diez! El desarrollo capitalista es una revuelta contra el principio de realidad. Como sugiere Joaquim Sempere, "la duda no está en si habrá o no decrecimiento, sino en si será deliberado y más o menos programado según pautas consensuadas [...] o si se impondrá al margen de la intervención consciente de la humanidad, caóticamente y en un contexto de lucha darwinista de todos contra todos". Pero, si nos damos cuenta, esa denuncia de la locura de pensar que es posible el crecimiento indefinido dentro de una biosfera finita no la ha inventado el decrecentismo: forma parte de las tesis básicas de los movimientos ecologistas desde los años sesenta y setenta del siglo XX (reparemos especialmente en el estudio The Limits to Growth) de 1972, varias veces mencionado en este libro). Lo mismo pasa con los demás temas del decrecimiento: son variaciones y reelaboraciones sobre asuntos que desarrollaron los ecologismos mucho tiempo antes. [...] a partir de lo anterior, es fácil ver que autores como Manuel Sacristán o Wolfgang Harich, que son ecosocialistas tempranos (junto a otros como Barry Commoner, René Dumont o James O'Connor), sí que pueden ser considerados precursores del actual decrecentismo. La posible trampa en el decrecimiento es reducirlo a un simple [...] consumo responsable individual. [...] lo que sucede [...] es que consumo y producción van de la mano. [...] Dicho de otra forma un poco provocadora: no solamente necesitamos fomentar organizadamente el consumo responsable, sino también la socialización responsable de los medios de producción (de una parte esencial de los mismos). Esto Sacristán o Harich lo veían perfectamente. También Francisco Fernández Buey ha defendido el decrecimiento como utopía concreta, subrayando que no basta una fuerte reducción del consumo sin una revisión profunda de las preferencias. [...] Es cierto que decrecimiento dentro del marco del crecimiento capitalista significa recesión, pobreza y sufrimiento. Cuando hablamos de decrecimiento en positivo lo hacemos evocando otro marco más allá del crecimiento: un decrecimiento poscapitalista / ecosocialista / ecofeminista. [...] Este Decrecimiento, como ha señalado entre otros José Mª Parreño, no va de hacer menos de lo mismo, sino de avanzar en otra dirección. Este Decrecimiento riguroso y consecuente es, sin duda, una propuesta de ecologismo político poscapitalista. [...] Resulta interesante constatar que, en el tercer decenio del Siglo de la Gran Prueba, las puntas más avanzadas del decrecentismo anticapitaista llegan, en muchos de sus análisis y estrategias... más o menos a las posiciones donde se encontraba en nuestro país Manuel Sacristán en el decenio previo a su prematura muerte»; [pp. 164-170].

Texto 14
Sobre Emilio Santiago Muíño, el "mito del colapso" y el descrédito de las tácticas anticolapsistas

«[...] los "anticolapsistas" (como Emilio Santiago Muíño, Héctor Tejero, César Rendueles, Xan López, etc.) están operando con dos diferentes conceptos de "colapsismo" a la vez. El primero (llamémoslo "colapsismo en sentido estrecho") es preciso: "colapsismo" sería la creencia en un colapso (casi) inevitable de las sociedades industriales. [...] Como ha expresado alguna vez Ugo Bardi, "puede resultar difícil definir los colapsos en términos rigurosos, pero todos podemos reconocer uno cuando lo vemos [...]. El colapso es un declive rápido, incontrolado, inesperado y ruinoso de algo que antes iba bien". Y como aventuran José Albelda y Lorena Rodríguez Mattalía, "la inevitable inercia de nuestro actual modelo nos llevará a ir chocando con los límites biofísicos y termodinámicos, y cambiando el rumbo a base de crisis y multicolapsos progresivos". Pero para poder afirmar enfáticamente que "no vamos a colapsar", Emilio Santiago Muíño, Héctor Tejero y sus amigos llevan a cabo un peculiar juego de manos, redefiniendo "colapso" como colapso del Estado, con peculiares consecuencias. Esa redefinición resulta de escasísimo interés, y tiene sobre todo el sentido político de poder decir a la gente de los países y sectores privilegiados del Norte global: no os asustéis, que no cunda ninguna alarma social, no vamos a colapsar, hay aún bastante margen de acción. A la vez, estos "anticolapsistas" operan con un sentido amplio de "colapsismo", que viene a significar: la amalgama de casi todos los errores que algún ecologista ha podido cometer alguna vez. Y ahí comparecen el determinismo energético, la desconfianza hacia las energías renovables hipertecnológicas, el abuso del concepto de sistema, o incluso fenómenos como el supervivencialismo prepper [...]. Con esta amalgama de rasgos se construye un tipo ideal [...] de "colapsista" que tiene la enojosa propiedad de no poder aplicarse en puridad a ninguno de los autores que están siendo estigmatizados como "colapsistas". No es una forma de proceder honrada, incluso si no cuestionamos las buenas intenciones (yo diría que del todo condicionadas por imperativos electorales) de este grupo. Pero los efectos de tal operación van a ser nefastos: se desactivará una parte de la capacidad de análisis y la credibilidad social de sus "colapsistas" que representan, hoy por hoy, las posiciones más realistas (con realismo biofísico, extramuros, más allá del realismo social intramuros) a la hora de hacer frente a la crisis ecológico-social (y los colapsos hacia los que vamos, en mi opinión). Apreciados "anticolapsistas", nada que decir cuando reivindicáis vuestro derecho a equivocaros: pero que lo hagáis atacando de forma destructiva al sector del ecologismo mejor orientado, eso no es de recibo. [...] [Hay que] tener cachaza para decir a la gente que "el colapso ecológico es un mito"... Apenas puede uno imaginar algo más tóxico que ese optimismo mentiroso. Nanas que se cantan a los niños pequeños para que se duerman. Pero se supone que somos adultos... Que para engañarse a uno mismo se tenga también que engañar a los demás... Nunca podré reconciliarme con eso»; [pp. 173-176 y 162].

Texto 15
Aunque la verdad, de acuerdo con la sociología constructivista, requiere de validación social para ser reconocida (lo que haría de la narrativa ecosocial un poderoso instrumento para la verdad), necesitamos más racionalidad de nuestro lado, no menos

«[...] amigos y amigas, no olvidemos nunca que nuestro problema no es un exceso de racionalismo, sino más bien lo contrario: irracionalidad que campa a su antojo sin apenas contrapesos. Y está muy bien haber reconocido lo importantes que son las emociones y las narraciones, pero ellas se defienden solas, no necesitan más campañas de apoyo emotivistas por parte nuestra: son, en efecto, la parte fuerte. Las pobrecitas razones y los menesterosos hechos son quienes siempre llevan las de perder en los conflictos humanos. Tratemos de ayudar a la parte más débil, noblesse oblige... Tanto más cuanto que nos hayamos en un mundo donde la devaluación de la verdad tiene desastrosos (y crecientes) efectos políticos. [...] Quizá valga la pena abundar un poco sobre lo anterior. "No necesitamos máquinas nuevas sino nuevos relatos", se titulaba una mesa redonda que mi amigo José María Parreño organizó en el marco de un curso sobre arte y cambio climático, y en la que me invitó a participar. Doy por sentada la primera afirmación: pensar en salidas a la crisis ecológico-social no remite de entrada a avances tecnológicos (aunque algunos serían sin duda bienvenidos), sino a transformación social, económica y cultural. Llevo toda mi vida de adulto insistiendo sobre esto. Somos Homo narrans, interpretamos la realidad mediante relatos, la buena ficción nos encanta, nos construimos a nosotros mismos mediante narraciones. Y sin embargo, me gustaría problematizar un poco el planteamiento. Además de nuevos y buenos relatos, ¿no necesitamos también reflexión, trabajo de análisis, búsqueda de la verdad, trenzado de racionalidad ecosocial, tiempo de contemplación, adelgazamiento e incluso vaciamiento del sujeto? Pero todo eso supone más bien interrupción del relato, ruptura del tiempo de la narración e ingreso de otro espacio. Lo explico dando un rodeo por una cuestión muy importante: las posibilidades de una racionalidad ecosocial colectiva [...]. Nos hemos hecho muy conscientes, en estos decenios últimos, de lo irracional que es el Homo sapiens. De sapiencia, muy poca. [...] La actividad de tomar decisiones reflexiva y deliberativamente, sopesando con cuidado todos los factores pertinentes y sólo ellos, es comparativamente rara. Hay que insistir: ¡no somos animales demasiado racionales! [...] "La fría racionalidad", escuchamos. Pero la racionalidad no tiene por qué ser fría. Puede ser una cálida racionalidad ecosocial. Y necesitamos más racionalidad, no menos... No es que apoyemos a la razón porque creamos que es el arma decisiva en las disputas por la hegemonía cultural, sino porque tenemos la convicción de que cualquier cultura no bien entreverada con hilos de razón (de racionalidades que incluyan en lugar destacado la racionalidad ecológica) será desastrosa»; [pp.185-192].

Texto 16
Colapsar mejor para ser capaces de lo imposible

«Estamos en la "era de las consecuencias", y de ello forma parte la derrota histórica de los movimientos ecologistas y las fuerzas sociales de emancipación, sí. Eso implica daños ya inevitables, y por eso la cuestión no sería adaptación sí / adaptación no, sino qué clase de adaptación. Simplificando las cosas, se diría que nos encontramos ante una encrucijada de este tipo: por una parte, un colapsar mejor a través de una rápida salida del capitalismo, decrecimiento material y energético, redistribución masiva, relocalización productiva, agroecología, recampesinización de nuestras sociedades, renaturalización de zonas extensas de la biosfera, cultivo de una nueva cultura de la Tierra. Por otra parte, la vía muy indeseable de proseguir las actuales dinámicas de "desarrollo" y competición que, en un mundo de recursos decrecientes y condiciones de habitabilidad menguantes, llevan a sociedades fascistas donde la supervivencia de unos pocos (durante un tiempo) se lograría a costa del exterminio de la mayoría. Es obvio que estamos sólidamente instalados en la segunda trayectoria antes descrita, siendo nuestras sociedades incapaces de aceptar la realidad ecosocial, biosférica, metabólica. Las ilusiones del "crecimiento verde" (asociadas a menudo a la idea de Green New Deal) suceden a las de "desarrollo sostenible", mientras la dinamita autoexpansiva del capital no se cuestiona, la base de poder de la clase dominante se mantiene prácticamente incólume y la competencia geopolítica militarizada no mengua. No hay más que ver cómo hemos respondido ante la pandemia de COVID-19 (un percance relativamente leve en comparación con los que están en nuestro horizonte): en vez de atender a las causas subyacentes (desforestación, ganadería industrial, desmantelamiento de los servicios públicos, mayor "altura de caída" causada por el neoliberalismo y la tecnolatría), se opta por proseguir la huida hacia adelante (fe en la "bala mágica" tecnológica de las vacunas, digitalización a ultranza). La gravedad de la situación ecológica (no sólo climática, claro) sólo la percibe una minoría de la sociedad. Y de esa minoría, a su vez, sólo una parte minúscula está convencida de que no hay salida dentro del capitalismo... Así de trágica es la situación.[...] Una buena parte de la condición humana [...] está encapsulada en el chiste del borracho que busca las llaves bajo la farola. Las búsquedas en el seno del "capitalismo verde", ¿no nos remiten a esta situación? [...] Sería posible evitar el colapso si fuésemos capaces de lo imposible, como quizá construir en tiempo récord un partido ecoleninista revolucionario capaz de hacerse con el poder estatal a escala mundial y organizar la cooperación internacional poscapitalista que nos salvaría... Se pide en el llamamiento mundial que Extinction Rebellion hizo público en abril de 2019 una descarbonización total de la economía para 2025 [...]. Pero no hay ninguna trayectoria ecosocial concebible realista que lleve a eso. El sentido de un llamamiento "imposible" así, creo, es llamar la atención sobre lo desesperado de la situación; sobre la brecha insalvable entre lo políticamente posible y lo ecológicamente necesario; y sobre la necesidad de un gran "no" (que adopta aquí la forma de desobediencia civil no violenta). ¿Evitaremos el colapso de las sociedades industriales? No: pero no porque técnicamente fuese imposible, sino porque la cultura dominante es nihilista, las políticas en curso son suicidas, los automatismos del capitalismo son homicidas (valorización del valor / automatización de la automatización / aceleración de la aceleración) y la racionalidad colectiva brilla por su ausencia. Y entonces, ¿cuál es la solución? "La de siempre: la imposible". [...] En fin, diría que sí, que afrontamos perspectivas de colapso, que ya perdimos las opciones de "buenas" transiciones ecosociales y que la perspectiva debería ser ahora colapsar mejor»; [pp. 193-197].

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