VEINTITRÉS TEXTOS ECOSOCIALISTAS DE MICHAEL LÖWY CON LOS QUE CREAR LAZOS ENTRE MARXISTAS Y ECOLOGISTAS
selección de
Raúl Garrobo Robles
El
capitalismo, como lo perfila Michael Löwy en el libro que ahora presentamos, no
sólo es un sistema socioeconómico esencialmente inmoral ―debido
a la imposibilidad de generalizarlo a la totalidad de la humanidad―,
sino, además, materialmente insostenible, o lo que es lo mismo, se trata de un
sistema biocida y ecocida que colisiona con los límites biofísicos del planeta.
Allá
por el 2011, cuando Michael Löwy entregaba a las prensas Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica
capitalista, todas las alarmas estaban ya al rojo vivo. Hoy, doce años
después, 2023 se ha revelado como el punto de inflexión de la debacle climática
y ecológica. Frente a este ecocidio al que nos conduce el capitalismo, sólo una
planificación verdaderamente democrática de la economía, como la que se
produciría en el marco de un marxismo desburocratizado, se postula como alternativa
verdaderamente razonable, siempre y cuando este renovado marxismo, junto a la primera
contradicción del capitalismo examinada por Marx ―la que se da
entre fuerzas y relaciones de producción― contemple
también una segunda contradicción, a saber, entre las fuerzas productivas y las
condiciones de producción ―los
trabajadores, el espacio urbano y la naturaleza―. Precisamente,
de la aproximación entre marxistas y ecologistas, de la colaboración entre "rojos" y "verdes", habría de nacer ese ecosocialismo del que nos habla Löwy en su
libro.
"Ecosocialismo", "ecocomunismo" o "ecomarxismo" vienen siendo los nombres por los que se da a
conocer esta necesaria mediación entre la vetusta pero visionaria mirada del
pionero Karl Marx y las recientes aportaciones ecologistas fundadas sobre los
desarrollos científicos contemporáneos ―especialmente
desde el primer informe al Club de Roma sobre Los límites del crecimiento de comienzos de los 70―.
"Marxismo" no es un vocablo unívoco. Con él no se significa una y la misma cosa. Por
ejemplo, por "marxismo" puede entenderse el cúmulo de derivaciones del
materialismo histórico sucedidas en el tiempo. "Marxistas" serían, pues, las
organizaciones que, con la intención de aplicar una praxis transformadora de la
sociedad, toman el materialismo histórico como referente teórico para esa misma
praxis. Pero, en todos los casos en los que hablamos de "marxismos" de acuerdo
con esta primera acepción que acabamos de nombrar, "marxismo" también es una
metodología para pensar la dinámica de la realidad social, esto es, para pensar
las "leyes" dialécticas por las que el devenir de las formas sociales se ve
condicionado por la materialidad histórico-económica. Así entendido, el
marxismo está lejos de ser un dogma ni puede considerarse en ningún caso como
una corriente de pensamiento tiempo atrás clausurada. Evidentemente, conjurar el marxismo ―el materialismo histórico, si se quiere―
como método para comprender y actuar sobre la realidad social, esto es, como
una epistemología con derivaciones prácticas, no convierte a cualquiera de
estas posibles derivaciones históricas en manifestaciones legítimas del
marxismo. Sólo aquellas que en esencia se ajustan a los principios
epistemológicos del materialismo histórico pueden autoproclamarse legítimamente
como marxistas. La socialdemocracia, tal y como la perfila, por ejemplo, Eduard Bernstein,
queda lejos de ser marxista ―bien se ocupó
Rosa Luxemburg de destapar el fraude―. ¿Habríamos de
decir lo mismo de este ecosocialismo que pregona Löwy? ¿Puede existir un
ecomarxismo legítimamente marxista?
Estas líneas no pretenden ser un estudio pormenorizado de las condiciones de posibilidad del ecosocialismo como heredero legítimo del marxismo, pero, a pesar de ello, no podemos dejar de apostillar tal legitimidad. En tiempos de Marx y Engels era la mercantilización de la fuerza de trabajo ―su reducción a mercancía y con ello la posibilidad de extraer valor de esta para la acumulación de capital― lo que les apremiaba a reflexionar en torno a la gran contradicción del capitalismo ―la que se da entre fuerzas y relaciones de producción―, contradicción por cuyas junturas debía de introducirse el descontento social para hacer saltar por los aires el modo burgués de producción social. Y aunque Marx y Engels ―como muchos de sus textos muestran― supieron atisbar la importancia de las condiciones de producción en su colisión frontal con el aparato productivo capitalista, lo cierto es que ninguno de ellos desarrolló sistemáticamente esta línea. El tema de nuestro tiempo, sin embargo, sí es ineludiblemente el de la colisión entre las fuerzas productivas y las condiciones de producción ―entre las que se cuenta, descollando por encima de cualesquiera otras, la de los límites biofísicos del planeta―. Ningún marxismo puede hoy eludir estos límites; ninguna organización que se proclame heredera legítima del materialismo histórico de Marx y Engels puede hoy ignorar el decrecimiento como única alternativa viable ante la catástrofe ecológica capitalista. Más aún si tenemos en cuenta que el alevoso reformismo socialdemócrata apuesta por un continuismo productivista sostenido sobre el flagrante engaño del "green" new deal y el "crecimiento verde".
Michael Löwy.
"ECOSOCIALISMO. LA ALTERNATIVA RADICAL A LA CATÁSTROFE
ECOLÓGICA CAPITALISTA", TRADUCCIÓN DE
MAYSI VEUTHEY, BIBLIOTECA NUEVA / SIGLO XXI, MADRID, 2012.
SELECCIÓN DE
TEXTOS
Texto 1
Después de mí, el diluvio
«Hervé Kempf, en su incisivo y bien informado libro Comments les riches détruisent la planète (2007), presenta, sin eufemismos ni falsas apariencias, los escenarios del desastre que se prepara: a partir de un determinado umbral, que podríamos alcanzar mucho antes de lo previsto, el sistema climático podría desbocarse de manera irreversible; ya no podría quedar excluido un cambio súbito y brutal, que provocaría que la temperatura global aumentara varios grados, hasta un nivel insoportable. Ante esta constatación, confirmada por los científicos y compartida por millones de ciudadanos del mundo entero conscientes del drama, ¿qué hacen los poderosos, la oligarquía de los multimillonarios que dirigen la economía mundial? "El sistema social que rige actualmente la sociedad humana, el capitalismo, se opone ciegamente a los cambios que es indispensable desear si se quiere conservar para la existencia humana su dignidad y sus expectativas". Una clase dirigente depredadora y codiciosa obstaculiza cualquier voluntad de transformación efectiva; casi todas las esferas de poder y de influencia se someten a su pseudorrealismo, que pretende que es imposible cualquier alternativa y que la única vía imaginable es la del "crecimiento". Esta oligarquía, obsesionada con el consumo ostentoso y la competencia suntuaria [...] es indiferente a la degradación de las condiciones vitales de la mayoría de los seres humanos y está ciega ante la gravedad del envenenamiento de la biosfera. Los "responsables" del planeta ―multimillonarios, dirigentes, banqueros, inversores, ministros, parlamentarios y todo tipo de "expertos"― motivados por la limitada y miope racionalidad del sistema, obsesionados con los imperativos de crecimiento y de expansión, con la lucha por las partes del mercado, con la competitividad, los márgenes de beneficio y la rentabilidad, parece que obedecen al principio proclamado por Luis XV: "Después de mí, el diluvio"»; [pp. 10-11].
Texto 2
El ecosocialismo es una propuesta radical que busca terminar con el aparato productivo y de consumo y crear un nuevo paradigma de civilización
«¿Cuál es, pues, la solución alternativa? ¿La penitencia y la ascesis individual, como parece que proponen tantos ecologistas? ¿La reducción drástica del consumo? [...] la crítica cultural del consumismo propuesto por los "objetores del crecimiento" es necesaria, pero no suficiente. Hay que atacar el propio modo de producción. Solo una toma de conciencia colectiva y democrática permitiría, a la vez, responder a las necesidades sociales reales, reducir el tiempo de trabajo, suprimir las producciones inútiles y perjudiciales, sustituir las energías fósiles por la solar. Todo esto implica una incursión profunda en el régimen de la propiedad capitalista, una extensión radical del sector público y de la gratuidad, en resumen, un plan ecosocialista coherente. La premisa central del ecosocialismo, implícita en la misma elección de este término, es que todo socialismo no ecológico es un callejón sin salida. Corolario: una ecología no socialista es incapaz de tomar en consideración los retos actuales. [...] El ecosocialismo es una propuesta radical ―es decir, que ataca la raíz de la crisis ecológica― que se diferencia tanto de las variantes productivistas del socialismo del siglo XX (sea este la socialdemocracia o el "comunismo" de factura estalinista) como de las corrientes ecológicas que se acomodan, de una u otra manera, al sistema capitalista. Es una propuesta radical que no solo pretende una transformación de las relaciones de producción, una mutación del aparato productivo y de los modelos dominantes de consumo, sino también crear un nuevo paradigma de civilización, incompatible con los cimientos de la civilización capitalista/industrial occidental moderna»; [pp. 12-13].
Texto 3
Es imposible decidirse entre una hermosa muerte radioactiva y una lenta asfixia debido al calentamiento global
«Los nucleócratas ―una oligarquía particularmente obtusa e impermeable― pretenden que el fin de lo nuclear en el mundo significaría la vuelta a las velas o a las lámparas de aceite. La auténtica realidad es que el 13'4% de la electricidad mundial lo producen las centrales nucleares. Podríamos prescindir de esta fuente de energía. Es posible, incluso probable, que, bajo la presión de la opinión pública, se reduzcan considerablemente los delirantes proyectos de expansión ilimitada de las capacidades nucleares y de construcción de nuevas centrales en muchos países. No obstante, se puede temer que este frenazo se vea acompañado de una huida hacia adelante en las energías fósiles más "sucias": el carbón, el petróleo offshore, las arenas bituminosas, el gas de esquisto. El capitalismo no puede limitar su expansión y, por tanto, tampoco su consumo de energía. Y como la conversión a las energías renovables no es "competitiva", se puede prever un nuevo y rápido aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. El primer hito en la batalla socioecológica por una transición energética es el rechazo de este falso dilema, es imposible decidirse entre una hermosa muerte radioactiva y una lenta asfixia debida al calentamiento global. ¡Otro mundo es posible!»; [pp. 20-21].
Texto 4
Todas las alarmas están al rojo vivo
«Crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las grandes ciudades, del agua potable y del medio ambiente en general; calentamiento del planeta, deshielo de los dos casquetes polares (Groenlandia y Antártida), multiplicación de los cataclismos "naturales"; comienzo de destrucción de la capa de ozono en la atmósfera terrestre; destrucción, a velocidad cada vez mayor, de los bosques tropicales y rápida reducción de la biodiversidad por la extinción de miles de especies; agotamiento de los suelos, desertización; acumulación de residuos, particularmente nucleares, imposibles de gestionar, sea en los continentes o en los océanos; multiplicación de incidentes nucleares y amenaza de un nuevo Chernóbil; contaminación de los alimentos debida a los pesticidas y a otras sustancias tóxicas, o por manipulaciones genéticas, "vacas locas" y otras carnes con hormonas... Todas las alarmas están al rojo vivo: es evidente que la loca carrera por el beneficio, la lógica productivista y mercantil de la civilización capitalista/industrial nos conducen a un desastre ecológico de consecuencias incalculables»; [p. 25].
Texto 5
Revisión crítica de la concepción tradicional de las fuerzas productivas por la incorporación al marxismo de la reflexión ecológica
«La cuestión ecológica es el gran reto para una renovación del pensamiento marxista en el siglo XXI. Exige de los marxistas una profunda revisión crítica de su concepción tradicional de las "fuerzas productivas", así como una ruptura radical con la ideología del progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización industrial moderna. El filósofo alemán Walter Benjamin fue uno de los primeros marxistas del siglo XX en plantearse este tipo de cuestiones: ya en 1928, en su libro Sentido único, denuncia la idea de dominio de la naturaleza como una "enseñanza imperialista" y propone un nuevo concepto de técnica: no es ya el dominio de la naturaleza por el hombre sino el "dominio de la relación entre naturaleza y humanidad". [...] Todavía hoy, el marxismo está lejos de haber subsanado su retraso en este campo. Sin embargo, ahora se están llevando a cabo varias reflexiones que empiezan a aplicarse a esta tarea. El ecologista y "marxista-polanyista" James O'Connor ha abierto una línea fecunda: a la primera contradicción del capitalismo, examinada por Marx, la de entre fuerzas y relaciones de producción, conviene añadir una segunda, la de entre fuerzas productivas y condiciones de producción ―los trabajadores, el espacio urbano y la naturaleza―. Por su dinámica expansionista, el capital pone en peligro o destruye sus propias condiciones, empezando por el entorno natural. Una posibilidad que Marx no había tenido suficientemente en cuenta. Otro punto de vista interesante es el que sugiere un "ecomarxista" italiano [Tiziano Bagarolo] en uno de sus textos recientes: "La fórmula según la cual se produce una transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas efectivamente destructivas, sobre todo en relación con el medio ambiente, nos parece más apropiada y más significativa que el conocido esquema de la contradicción entre fuerzas productivas (dinámicas) y relaciones de producción (que las encadenan a las anteriores)"»; [pp. 26-28].
Texto 6
El ecosocialismo propone una estrategia de alianza entre los "rojos" y los "verdes"
«Al considerar a los obreros como irremediablemente ganados por el productivismo, algunos ecologistas consideran que el movimiento obrero ha llegado a un punto muerto, y han inscrito en sus banderas: "Ni izquierda ni derecha". Los exmarxistas convertidos a la ecología declaran apresuradamente el "adiós a la clase obrera" (André Gorz), mientras que otros (Alain Lipietz) insisten en que hay que abandonar el "rojo", es decir el marxismo o el socialismo, y adherirse al "verde", nuevo paradigma capaz de aportar una respuesta a todos los problemas económicos y sociales. [...] [Por su parte,] en las corrientes [ecologistas] llamadas fundamentalistas o de deep ecology se llega a esbozar, con el pretexto de luchar contra el hubris humano devastador y el antropocentrismo, un rechazo del humanismo, que conduce a posiciones relativistas que tienden a situar en el mismo nivel a todos los seres vivos. [...] [Empero, el ecosocialismo] hace suyos los principios fundamentales del marxismo al tiempo que los despoja de sus escorias productivistas. Para los ecosocialistas, la lógica del mercado y del beneficio ―al igual que la del autoritarismo burocrático del supuesto "socialismo real"― es incompatible con las necesidades de salvaguarda del entorno natural. Al tiempo que critican la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, los ecosocialistas reconocen que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para cualquier transformación radical del sistema y para el establecimiento de una nueva sociedad, socialista y ecológica. [...] La utopía es indispensable para el cambio social, obtiene su fuerza de las contradicciones de la realidad y de los movimientos sociales reales. Este es el caso del ecosocialismo, que propone una estrategia de alianza entre los "rojos" y los "verdes", [...] es decir, entre el movimiento obrero y el movimiento ecologista [...]. Esta alianza presupone que la ecología renuncie a la idea, seductora para algunos, de un naturalismo antihumanista, y abandone su pretensión de reemplazar a la crítica de la economía política. Esta convergencia implica también que el marxismo se desembarace del productivismo, sustituyendo el esquema mecanicista de la oposición entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que lo limitan por la idea, mucho más fecunda, de que las fuerzas potencialmente productivas son, efectivamente, fuerzas destructivas»; [pp. 29-30 y 34-35].
Texto 7
Dos argumentos esenciales del ecosocialismo: el modo de vida capitalista no es universalizable y su continuidad supone una amenaza para la supervivencia de la especie humana
«El razonamiento ecosocialista descansa en dos argumentos esenciales. En primer lugar, el modo de producción y consumo actual de los países capitalistas desarrollados, basado en la lógica de la acumulación ilimitada (del capital, de los beneficios, de las mercancías), del despilfarro de los recursos naturales, del consumo ostentoso y de la destrucción acelerada del medio ambiente, no puede de ninguna manera extenderse al conjunto del planeta so pena de una crisis ecológica mayor. Según cálculos ya antiguos, si se generalizara al conjunto de la población mundial el consumo medio de energía de Estados Unidos, las reservas conocidas de petróleo se agotarían en 19 días. Este sistema, por tanto, está necesariamente fundado en el mantenimiento y el agravamiento de desigualdades escandalosas, empezando por la existente entre el norte y el sur. En segundo lugar, en este estado de cosas, la continuación del "progreso" capitalista y la expansión de la civilización basada en la economía de mercado ―incluso bajo esa forma brutalmente no igualitaria― amenaza directamente y a medio plazo (cualquier previsión sería azarosa) la supervivencia misma de la especie humana. La salvaguarda del entorno natural es, por tanto, un imperativo para la humanidad»; [pp. 31-32].
Texto 8
No se trata de distinguir entre malos y buenos capitalistas, sino de sustituir la racionalidad capitalista excluyente por la racionalidad inclusiva del ecologismo
«La racionalidad limitada del mercado capitalista, con sus cálculos inmediatistas de pérdidas y ganancias, es intrínsecamente contradictoria con una racionalidad ecológica, que tiene en cuenta la temporalidad larga de los ciclos naturales. No se trata de oponer los "malos" capitalistas ecocidas a los "buenos" capitalistas verdes: es el propio sistema, fundado en la competencia despiadada, las exigencias de rentabilidad, la carrera por el beneficio rápido, lo que destruye el equilibrio natural. El pretendido capitalismo verde no es más que una maniobra publicitaria, una etiqueta para vender una mercancía o, en el mejor de los casos, una iniciativa local equivalente a una gota de agua en el terreno árido del desierto capitalista. [...] Las reformas parciales son del todo insuficientes: hay que sustituir la microrracionalidad del beneficio por una macrorracionalidad social y ecológica, lo que requiere un verdadero cambio de civilización»; [pp. 32-33].
«¿En qué medida es compatible el pensamiento de Marx y de Engels con la ecología moderna? ¿Se puede concebir una lectura ecológica de Marx?» [p. 67].
Texto 9
El ecosocialismo no persigue tanto el desarrollo de las fuerzas productivas como la subversión y sustitución del aparato productivo y de consumo capitalista
«Un determinado marxismo clásico, basándose en algunos pasajes de Marx y de Engels, parte de la contradicción entre fuerzas y relaciones de producción para definir la revolución social como la supresión de las relaciones de producción capitalistas, convertidas en un obstáculo para el libre desarrollo de las fuerzas productivas. Esta concepción parece considerar al aparato productivo como "neutro"; y una vez liberado de las relaciones de producción impuestas por el capitalismo, podría desarrollarse ilimitadamente. Ya no es necesario demostrar el error de esta concepción teórica. Hay que rechazar esta perspectiva. Desde un punto de vista ecosocialista, se puede refutar esta concepción inspirándose en los comentarios de Marx sobre la Comuna de París: los trabajadores no pueden apoderarse de la máquina del Estado capitalista y hacer que funcione a su servicio. Tienen que "romperla" y sustituirla por otra, de naturaleza totalmente distinta, una forma no estatal y democrática de poder político, escribe en La guerra civil en Francia (1781). Este mismo análisis es válido, mutatis mutandis, para el aparato productivo: por su naturaleza y su estructura, no es neutro, está al servicio de la acumulación del capital y de la expansión ilimitada del mercado. Está en contradicción con los requisitos de salvaguarda del medio ambiente y de la salud de la fuerza de trabajo. Por tanto, hay que "revolucionarlo", transformando radicalmente su naturaleza. [...] Lo que hay que transformar, con la supresión de las relaciones de producción capitalistas y el comienzo de una transición al socialismo, es el conjunto del modo de producción y de consumo [...]. Ni que decir tiene que las transformaciones [...] hay que hacerlas con la garantía del pleno empleo de la fuerza de trabajo. [...] [Hay que] poner fin al monstruoso despilfarro de recursos que hace el capitalismo, sustentado en la producción a gran escala de productos inútiles o dañinos, para orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades auténticas, empezando por las que podemos denominar como "bíblicas": el agua, los alimentos, el vestido y la vivienda. [...] el ecosocialismo se basa en una apuesta, que ya era la de Marx: el predominio, en una sociedad sin clases, del "ser" sobre el "tener"; es decir, la realización personal en actividades culturales, lúdicas, eróticas, deportivas, artísticas y políticas más que en la acumulación de bienes y productos»; [pp. 35-37].
Texto 10
¡Los pobres son baratos! "Let them eat pollution"
«En los países del capitalismo periférico ("sur") surgen movimientos sociales con una dimensión ecológica que reaccionan ante el agravamiento creciente de los problemas ecológicos en sus continentes, en Asia, en África o en América Latina, muy a menudo como consecuencia de una política deliberada de exportación de las producciones contaminantes o de los residuos de los países imperialistas del norte. Esta política, por otra parte, está acompañada de un discurso económico que la legítima por insuperable; desde el punto de vista de la lógica del mercado, formulada por el propio Lawrence Summers ―eminente experto y antiguo economista jefe del Banco Mundial, y antiguo secretario del Tesoro Americano― "¡los pobres son baratos!". Lo que significa, en sus propios términos: "El cálculo del coste de la contaminación dañina para la salud depende de la pérdida de rendimiento debido a la mayor morbilidad y mortalidad. Desde este punto de vista, una cantidad dada de contaminación nociva para la salud debería ponerse en el país con los costes más bajos, es decir, en el país con los salarios más bajos" ("Let them eat pollution", The economist, 8 de febrero de 1992). Una formulación cínica que traduce sin apariencias engañosas la lógica del capital globalizado. Al menos su frase tiene el mérito de la franqueza, en contraste con todos los discursos lenitivos de las instituciones financieras internacionales que alegan el "desarrollo"»; [pp. 40-41].
Texto 11
La sustitución de la estructura de propiedad capitalista por otra colectivista, si no se gestiona democrática y ecológicamente, corre el riesgo de reproducir los abusos del productivismo autoritario de la Unión Soviética
«En el siglo XX, la socialdemocracia y el movimiento comunista de inspiración soviética aceptaron el modelo de producción existente: para la primera, una versión reformada [...] del sistema capitalista, para el segundo, una forma de productivismo autoritario y colectivo ―o capitalismo de Estado―. [...] Los propios Karl Marx y Friedrich Engels [...] consideraban que el objetivo del socialismo no era producir cada vez más bienes, sino proporcionar tiempo libre a los seres humanos para que pudieran desarrollar plenamente sus potencialidades. Desde este punto de vista, tienen poco en común con el "productivismo" definido como la expansión ilimitada de la producción como fin en sí mismo. [...] El caso de la Unión Soviética ilustra los problemas que se derivan de una apropiación colectiva del aparato productivo capitalista. [...] Tras la revolución de Octubre, muy rápidamente, el proceso de burocratización estalinista puso a punto y aplicó métodos productivistas, tanto en la agricultura como en la industria. Cuando los campesinos se resistían, la política del régimen se imponía por medios totalitarios, sin perjuicio de eliminar a los refractarios o a los que se suponía que lo eran. Durante los años 1960, las autoridades soviéticas intensificaron el cultivo del algodón en Asia Central, alimentado con el agua del mar de Aral. Desde 1918 habían planificado desecar este mar para producir arroz y algodón. La catástrofe de Chernóbil en 1986 es el ejemplo extremo de las desastrosas consecuencias de la imitación de las tecnologías de producción occidentales. Si al cambio de las formas de propiedad no le sigue una gestión democrática y una reorganización ecológica del sistema de producción, entonces estamos en un callejón sin salida»; [pp. 46-47].
Texto 12
El ecosocialismo postula la planificación democrática de la economía. Frente a los partidarios del libre mercado, es preciso saber que la ineficacia de la planificación soviética no se debió tanto al fracaso de la planificación económica como al debilitamiento de la participación democrática provocada por el incremento del poder burocrático totalitario
«Debe transformarse el sistema productivo en su totalidad. Son indispensables el control público de los medios de producción y una planificación democrática que tenga en cuenta la protección del equilibrio ecológico. Constituyen dos pilares del ecosocialismo y, de acuerdo con estos principios, la inversión deberá ser el resultado de decisiones de orden público, al igual que el cambio tecnológico. Estos dos ámbitos de competencia deberán ser arrebatados a los bancos y a las empresas capitalistas si se quiere que sirvan al bien común de la sociedad. [...] En este sentido, el conjunto de la sociedad será libre de elegir democráticamente las líneas productivas que quiere potenciar y el nivel de recursos que deberán invertirse en educación, salud o cultura. [...] Lejos de ser "despótica" en sí misma, la planificación democrática es el ejercicio de la libertad de decisión que se otorga al conjunto de la sociedad. Un ejercicio necesario para liberarse de las "leyes económicas" y de las "jaulas de hierro" alienantes que son las estructuras capitalistas y burocráticas. La planificación democrática junto a la reducción del tiempo de trabajo supondría un progreso importante de la humanidad hacia lo que Marx llamaba "el reino de la libertad": el aumento del tiempo libre es, de hecho, una condición para la participación de los obreros en la discusión democrática y en la gestión de la economía y de la sociedad. Los partidarios del mercado integral y del librecambio justifican con el fracaso de la planificación soviética su oposición categórica a cualquier forma de economía organizada. [...] No fue la planificación lo que llevó a la dictadura. Fueron la limitación creciente de la democracia en el seno del Estado soviético y la instauración de un poder burocrático totalitario tras la muerte de Lenin quienes dieron lugar a un sistema de planificación cada vez más autoritario y no democrático. [...] El fracaso de la URSS es un ejemplo de los límites y las contradicciones de una planificación burocrática, cuya falta de eficacia y cuyo carácter arbitrario precipitaron la caída del régimen, pero no puede servir de argumento contra la aplicación de una planificación realmente democrática. La concepción socialista de la planificación no es nada más que la democratización radical de la economía. Si las decisiones políticas no tienen que dejarse en manos de una pequeña élite de dirigentes, ¿por qué no aplicar el mismo principio a las decisiones de orden económico?»; [pp. 48-50].
Texto 13
¿Cómo funciona la planificación democrática de la economía en un sistema ecosocialista? Toma de decisiones, autogestión de la producción por parte de los trabajadores, resolución de las tensiones, garantías de que se tomarán las decisiones correctas
«Entendámonos, el tipo de sistema de planificación democrática aquí considerada afecta a los principios que guiarán las opciones económicas; no se trata de planificar la administración de los restaurantes, de las tiendas de comestibles, de las panaderías, de las tiendas pequeñas, de las empresas artesanales, ni siquiera de los servicios. Es importante subrayar que la planificación no está en contradicción con la autogestión de los trabajadores en sus unidades de producción. Mientras que la decisión de transformar una fábrica de coches en unidad de producción de autobuses o de tranvías sería tomada por el conjunto de la sociedad, la organización y el funcionamiento internos de la fábrica lo gestionarían democráticamente los propios trabajadores. [...] Por supuesto, en el marco de un sistema de planificación democrática será inevitable que se produzcan tensiones [...]. Las negociaciones llevarán a la resolución de los conflictos y, en último caso, serán los grupos afectados más amplios, y solo si son mayoritarios, quienes ejercerán su derecho a imponer sus opiniones. Veamos un ejemplo: una fábrica autogestionada decide depositar sus desperdicios tóxicos en un río. La población de toda una región se ve amenazada por esta contaminación. En ese momento se puede decidir, tras un debate democrático, que se detenga la producción de esa unidad hasta que se encuentre una solución satisfactoria. Idealmente, en una sociedad ecosocialista, los obreros de la fábrica tendrán la suficiente conciencia ecológica como para evitar tomar decisiones peligrosas para el medio ambiente y para la salud de la población local. [...] La planificación socialista debe basarse en el debate democrático y pluralista en todos los niveles de decisión. [...] Es decir, la democracia representativa debe enriquecerse ―y mejorarse― con la democracia directa. [...] Se podría debatir la gratuidad del transporte público, un impuesto especial, pagado por los propietarios de automóviles, para subvencionar el transporte público, la subvención de la energía solar, la reducción del tiempo de trabajo (a 30, 25 horas semanales o menos), incluso aunque esto supusiera una reducción de la producción. [...] Sin embargo hay una objeción que hacer: ¿qué garantías hay de que las personas hagan las elecciones correctas, las que protejan el medio ambiente, incluso aunque el precio que haya que pagar sea alto? Porque el precio será cambiar parte de sus hábitos de consumo. [...] No existe tal "garantía". Solo podemos confiar en la racionalidad de las decisiones democráticas. No hay duda de que el pueblo a veces cometerá errores y tomará decisiones equivocadas, pero [...] es razonable pensar que los errores graves ―incluidas las decisiones incompatibles con las necesidades en materia de medio ambiente― se corregirían»; [pp. 51-54].
Texto 14
La planificación ecosocialista persigue un tipo de desarrollo cualitativo que excluye tanto el consumo excesivo como la producción y el consumo irracionales e insolidarios
«Lejos de la concepción puramente cuantitativa del "crecimiento" [...], la planificación ecosocialista asumiría como criterio de desarrollo el cualitativo. Su primer objetivo es poner fin al despilfarro escandaloso de recursos provocado por el capitalismo. La planificación excluiría de la producción a gran escala todos los productos inútiles o perjudiciales así como todos los productos fabricados en el sistema capitalista con una obsolescencia programada, cuya única utilidad es aumentar la facturación y multiplicar los beneficios de las grandes empresas. No será solo el "consumo excesivo" lo que tiene en cuenta la planificación, sino también el tipo de consumo. La planificación democrática deberá ocuparse prioritariamente de la cuestión alimentaria [...] y de la agricultura biológica organizada por unidades familiares, cooperativas o granjas colectivas, para acabar con los métodos destructivos y antisociales de la industria del agronegocio. Tendrá que determinar sobre la producción de la industria química. No habrá necesidad [...] de reducir, en términos absolutos, el nivel de vida de la población europea o norteamericana. Sencillamente, bastaría con que estas prescindieran de los productos inútiles y peligrosos, los que no satisfacen ninguna necesidad real y cuyo consumo obsesivo mantiene el sistema capitalista. Otra prioridad, los recursos energéticos renovables: el agua, el viento y el sol. La cuestión de la energía es capital, pues las energías fósiles son responsables de la mayor parte de la contaminación del planeta y, además, se agotan. La energía nuclear es una alternativa equivocada, no solo debido al riesgo de un nuevo Chernóbil, sino también porque nadie sabe qué hacer con las miles de toneladas de residuos radioactivos, que siguen siendo tóxicos durante cientos, miles de años. [...] En el área del transporte, el automóvil particular suscita problemas complejos. Los automóviles particulares suponen un perjuicio público. A escala planetaria, matan o mutilan a cientos de miles de personas cada año. Contaminan el aire de las grandes ciudades, con consecuencias nefastas para la salud de los niños y de las personas mayores, y contribuyen considerablemente el cambio climático. [...] se puede limitar progresivamente el lugar que ocupa el automóvil particular para dar prioridad al autobús y al tranvía. [...] Con esta perspectiva, será mucho más fácil reducir drásticamente el transporte de mercancías por carretera [...] y reemplazarlo por el transporte ferroviario de mercancías [...]. Solo la absurda lógica de la competitividad capitalista explica el desarrollo del transporte por camión. [...] La industria publicitaria contribuye directamente a hábitos de consumo ostensibles y compulsivos. [...] Es la causa de un colosal despilfarro de petróleo, de electricidad, de tiempo de trabajo, de papel y de sustancias químicas, entre otras materias primas. Todo ello pagado por los consumidores. Se trata de un sector de "producción" que es no solo inútil desde el punto de vista humano, sino también contradictorio con las necesidades sociales reales. [...] La aspiración que hay que cultivar es la del tiempo libre por encima del deseo de poseer innumerables objetos. El fetichismo de las mercancías, que mantiene y explota la publicidad, incita a la compra compulsiva. Nada demuestra que esta manera de vivir del "tener" forme parte de la "eterna naturaleza humana"?»; [pp. 58-60].
Texto 15
Contradicciones y anticipaciones de la ecología en Marx y Engels
«¿En qué medida es compatible el pensamiento de Marx y de Engels con la ecología moderna? ¿Se puede concebir una lectura ecológica de Marx? [...] En primer lugar, se describe a los dos pensadores como partidarios de un progresismo conquistador, "prometeico", que opone el hombre a la naturaleza [...]. Por otra parte, lo que llama la atención desde los primeros escritos de Marx es el naturalismo del que hace alarde, su visión del ser humano como un ser natural, inseparable de su entorno natural. [...] En efecto, Marx [...] concibe [el comunismo] como verdadera solución al "antagonismo entre el hombre y la naturaleza". [...] Según los ecologistas, Marx, siguiendo al economista inglés David Ricardo, atribuiría el origen de todo valor y de toda riqueza al trabajo humano, ignorando la aportación de la naturaleza. En mi opinión, esta crítica se debe a un malentendido; Marx emplea la teoría del valor-trabajo para explicar el origen del valor de cambio en el marco del sistema capitalista. La naturaleza, por el contrario, participa en la formación de las verdaderas riquezas, que no son los valores de cambio, sino los valores de uso. [...] Los ecologistas acusan a Marx y Engels de productivismo. ¿Está justificada esta acusación? No en la medida en que nadie como Marx ha denunciado tanto la lógica capitalista de la producción por la producción, la acumulación del capital, de riquezas y de mercancías como fin en sí mismo. La idea misma de socialismo [...] es la de una producción de valores de uso, de bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. [...] No obstante, es cierto que a menudo encontramos en Marx o en Engels [...] una tendencia a hacer del "desarrollo de las fuerzas productivas" el vector principal del progreso. [...] Parece que falta en Marx, al igual que en Engels, una idea general de los límites naturales al desarrollo de las fuerzas productivas. No obstante, encontramos en su pluma la intuición de que las fuerzas productivas tienen un potencial destructivo, como por ejemplo en este pasaje de La ideología alemana (1845-1846): "En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a un estadio en el que nacen fuerzas productivas y medios de circulación que ya solo pueden ser nefastos en el marco de las relaciones existentes y no son ya fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (el maquinismo y el dinero)". Desgraciadamente, esta idea no ha sido desarrollada por los dos autores y no es seguro que la destrucción que se menciona aquí sea también la de la naturaleza. [...] en varios pasajes del Anti-Dühring (1878) de Friedrich Engels [este] presenta el socialismo como el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas: "La fuerza expansiva de los medios de producción rompe las ataduras que le había impuesto el modo de producción capitalista. Su liberación de esas ataduras es la única condición que se requiere para un desarrollo ininterrumpido, que progrese a un ritmo cada vez más rápido y, por tanto, para un crecimiento sin límites de la propia producción". [Sin embargo], Marx parece aceptar el "principio de responsabilidad" [...], el de la obligación que tiene cada generación de respetar el medio ambiente, condición de existencia para las generaciones venideras. [...] [Finalmente], es imposible imaginar una ecología crítica a la altura de los retos contemporáneos sin tener en cuenta la crítica marxista a la economía política, su cuestionamiento de la lógica destructiva provocada por la acumulación ilimitada del capital. [...] Se podría concluir provisionalmente con una sugerencia, a mi entender, pertinente, avanzada por Daniel Bensaïd en su notable obra consagrada a Marx: reconociendo que sería tan abusivo exonerar a Marx de las ilusiones "progresistas" o "prometeicas" de su época como convertirlo en heraldo de la industrialización a ultranza, nos propone un recorrido mucho más fecundo: instalarse en las contradicciones de Marx y tomarlas en serio. La primera de ellas es, sin duda, ese credo productivista de algunos textos y la intuición de que el progreso puede ser fuente de destrucción irreversible del entorno natural?»; [pp. 67-81].
Texto 16
La economía capitalista es estructuralmente incompatible con la ética
«Weber puso el dedo en lo esencial: el capital es intrínsecamente, en esencia, “no ético”. [...] En la raíz de esta incompatibilidad encontramos el fenómeno de la cuantificación. [...] el capital es una formidable máquina de cuantificación. Únicamente reconoce el cálculo de las pérdidas y de los beneficios, las cifras de producción, la medida de los precios, costes y ganancias. Somete la economía, la sociedad y la vida humana a la dominación del valor de cambio de la mercancía y de su expresión más abstracta, el dinero. Estos valores cuantitativos [...] no conocen ni lo justo ni lo injusto, ni el bien ni el mal; disuelven y destruyen los valores cualitativos y, en primer lugar, los valores éticos. Entre ambos hay "antipatía", en el sentido antiguo, alquímico, del término: falta de afinidad entre dos sustancias»; [p. 96].
Michael Löwy, Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista, Biblioteca Nueva / Siglo XXI, Madrid, 2012.
Texto 17
El ecosocialismo, al renunciar al productivismo, concede la prioridad al "ser" sobre el "tener" y desplaza las exigencias del mercado sustituyéndolas por las de la naturaleza
«El socialismo moderno [...] pretende ya no basar la producción en los criterios del mercado y del capital ―"la demanda solvente", la rentabilidad, el beneficio, la acumulación―, sino en la satisfacción de las necesidades sociales, el "bien común", la justicia social. Son valores cualitativos, irreductibles a la cuantificación mercantil y monetaria. Al rechazar el productivismo, Marx insistía en que había que darle la prioridad al ser de los individuos ―la plena realización de sus potencialidades humanas― y no al tener, a la posesión de bienes. Para él, la primera necesidad social, la más imperativa, la que abre las puertas del "reino de la libertad", es el tiempo libre, la reducción de la jornada laboral, el esparcimiento de los individuos en el juego, el estudio, la actividad ciudadana, la creación artística, el amor. Entre estas necesidades sociales hay una que adquiere actualmente una importancia cada vez más decisiva ―y que Marx no tomó en cuenta lo suficiente, excepto en algunos pasajes aislados― es la necesidad de salvaguardar el entorno natural [...]. El socialismo y la ecología comparten valores sociales cualitativos, irreductibles al mercado»; [pp. 97-98].
Texto 18
La ética ecosocialista es una ética social, igualitaria, democrática, radical y responsable
«¿Cuáles podrían ser los elementos principales de una ética ecosocialista, que se opone radicalmente a la lógica destructiva y profundamente "no ética" de la rentabilidad capitalista y del mercado total [...]? [...] En primer lugar, se trata de una ética social, no de una ética de los comportamientos individuales. [...] Sin duda, es importante que los individuos se eduquen en el respeto al medio ambiente y en el rechazo al despilfarro, pero el verdadero reto está en otra parte: el cambio de las estructuras económicas y sociales capitalistas/mercantiles, el establecimiento de un nuevo paradigma de producción y de distribución, basado en la consideración de las necesidades sociales, especialmente la necesidad vital de vivir en un entorno natural no degradado [...]. Es también una ética igualitaria: el mundo actual de producción y consumo de los países capitalistas desarrollados no puede de ninguna manera generalizarse a la totalidad del planeta. [...] El proyecto ecosocialista aspira a una redistribución planetaria de la riqueza [...]. El ecosocialismo conlleva también una ética democrática: en tanto las decisiones económicas y las elecciones productivas permanezcan en manos de una oligarquía de capitalistas, de banqueros y de tecnócratas ―o, en el desaparecido sistema de las economías estatalizadas, de una burocracia que escapa a todo control democrático―, no se saldrá nunca del ciclo infernal del productivismo, de la explotación de los trabajadores y de la destrucción del medio ambiente. [...] El ecosocialismo es una ética radical, en el sentido etimológico de la palabra: una ética que pretende ir a la raíz del mal. [...] Hace falta un cambio de paradigma, un nuevo modelo de civilización, en resumen, una transformación revolucionaria. [...] Por último, el ecosocialismo es una ética responsable. [...] Ya no se trata solamente de responsabilidad ante las generaciones futuras [...], sino claramente ante nuestra propia generación. Ya comienzan a notarse las perturbaciones climáticas causadas por el efecto invernadero ―por no mencionar más que este ejemplo― y que en un futuro cercano podrían tener consecuencias trágicas»; [pp. 99-101].
Texto 19
El calentamiento global y la crisis ecológica no son responsabilidad del ser humano, sin más, sino del capitalismo, el cual es incompatible con cualquier solución, por lo que debe ser sustituido por el ecosocialismo
«¿Qué o quién es responsable de esta situación, inédita en la historia de la humanidad? Es el hombre, responden los científicos. La respuesta es correcta, pero algo corta. El hombre habita en la Tierra desde hace millones de años (aproximadamente 6'2), la concentración de CO2 en la atmósfera ha empezado a convertirse en un peligro desde hace solo unos decenios. En tanto que marxistas, respondemos esto: el error incumbe al sistema capitalista, a su lógica absurda e irracional de expansión y de acumulación hasta el infinito, a su productivismo obsesionado por la búsqueda del beneficio. [...] No puede haber soluciones compatibles con el reinado del capital. La solución es considerar e instaurar después el ecosocialismo: una sociedad en la que el conjunto de la población decide democráticamente la producción y el consumo, de acuerdo a criterios sociales y ecológicos que no se ajustan a la lógica del mercado y del beneficio»; [pp. 104-105].
Texto 20
El Leviatán publicitario: un Estado dentro del Estado
«[...] hay un sector de actividad que sobrevive a todas las crisis. Lo han adivinado ustedes: se trata de la publicidad. Nada hace que se tambalee: el consumo se contrae, el empleo escasea, pero los gastos publicitarios [...] no dejan de incrementarse. [...] ¿Quién paga esa asombrosa cantidad, muy superior a los presupuestos de algunos estados europeos? ¿Quién es el mil millonario que subvenciona alegremente estas sumas astronómicas? La respuesta, desgraciadamente, no deja lugar a dudas: son ustedes, queridos lectores, soy yo, somos todos los ciudadanos. Como todos los gastos publicitarios se repercuten íntegramente en el precio de las mercancías, somos nosotros los que pagamos la cuenta... [...] Todo sucede como si al lado del Estado [...] ―en teoría sometido al control democrático― existiera otro Estado, un "Estado en el Estado", un Leviathan, un estado oligárquico que nadie controla; el Estado publicitario, que percibe impuestos indirectos de todos los consumidores. [...] ¿Y qué hace el Estado publicitario, el "Leviathan-publicidad", con su presupuesto astronómico? Nos colma, nos inunda con su producción. Ocupa las calles, las paredes, las carreteras, los paisajes, las áreas de descanso, las montañas. Invade los buzones de correo, los dormitorios, los comedores. Ha sometido a su control a la prensa, el cine, la televisión, la radio. Ha contaminado el deporte, la canción, la política, las artes. Nos persigue, nos agrede, nos acosa, de la mañana a la noche, de lunes a domingo, desde enero hasta diciembre, de la cuna a la tumba, sin pausa, sin descanso, sin vacaciones, sin interrupción, sin tregua. [...] La publicidad contamina no solo los paisajes urbanos y rurales, sino también las mentalidades; no solo abarrota los buzones de correo, sino también los cerebros de los individuos. La publicidad es el instrumento que tiene el capital para hacer circular sus productos, para vender sus baratijas, para rentabilizar sus inversiones, para ampliar sus márgenes de beneficio, para ganar "cuotas de mercado". [...] es un engranaje indispensable para el funcionamiento del sistema capitalista de producción y de consumo (siempre en aumento). Sin el capitalismo, la publicidad no tendría ninguna razón de ser: no podría subsistir ni un solo instante en una sociedad postcapitalista. [...] No olvidemos que son las empresas capitalistas las que solicitan y financian las campañas publicitarias y sacan provecho de ellas, y las que "patrocinan" ―es decir, contaminan― con la publicidad. [...] Capitalismo y publicidad son inseparable e indisociablemente los responsables y los promotores activos de la mercantilización del mundo, de la comercialización de las relaciones sociales, de la monetización de las mentes»; [pp. 114-120].
Texto 21
El impacto de la publicidad sobre el medio ambiente y la necesidad de suprimirla para acabar con la construcción del deseo que ella genera
«¿Qué impacto tiene [...] la publicidad sobre el medio ambiente? La Alianza por el planeta se intranquiliza por la utilización engañosa de argumentos "ecológicos", con razón, que hace la publicidad, que tiene la irritante tendencia a pintar todo de verde, porque está de moda [...]. Sin embargo, la publicidad pseudoverde no es más que la punta visible del iceberg. La máquina publicitaria es un peligroso enemigo del medio ambiente por razones fundamentales, estructurales. Entre otras, veamos a continuación dos. En primer lugar, la publicidad supone un increíble, inmenso despilfarro de recursos (materiales y financieros) limitados del planeta. ¿Cuántas hectáreas de bosques se abaten al año en el mundo para imprimir el cada vez mayor montón de prospectos publicitarios y de carteles de anuncios? ¿Cuántas centenas de miles o de millones de kilovatios se consumen anualmente para alimentar los neones que "embellecen" nuestras ciudades, de Shanghai a Nueva York, pasando por París? ¿Cuántas toneladas de residuos produce esta actividad? ¿Cuántos millones de toneladas de gases de efecto invernadero se emiten para proporcionar la energía que necesita el circo publicitario? Y así sucesivamente. Los daños son difíciles de estimar, pero sin duda alguna son gigantescos. ¿Y para qué sirve este enorme despilfarro? Para convencer al público de que el detergente X lava más blanco que el detergente Y. ¿Es esto razonable? No, en absoluto, pero es... rentable (para los publicitarios). Si hay que hablar de un sector de la producción que es inútil, que podría cómodamente suprimirse sin perjudicar a la población, y que nos haría ahorrar mucha energía y materias primas, ¿qué mejor ejemplo que la industria publicitaria? [...] En segundo lugar, todos los ecologistas están de acuerdo en denunciar el "consumerismo" de los países occidentales ―es decir, capitalistas desarrollados― como una de las principales causas del desastre ecológico que nos amenaza. [...] El cambio de hábitos en el consumo no se llevará a cabo de un día para otro; es un proceso social que costará años. No se puede imponer desde arriba ni dejarlo en manos de la "buena voluntad" virtuosa de los individuos. [...] Uno de los aspectos decisivos de esta batalla es la lucha por la supresión completa y definitiva del imperialismo publicitario [...]. ¿Cómo podemos convencer a la gente de que cambie sus hábitos de consumo si no ponemos freno al bombardeo publicitario que la incita, la anima y la estimula, día y noche, a comprar más y más? [...] Las prácticas consumistas compulsivas de las sociedades capitalistas desarrolladas no traducen una tendencia innata de los individuos a consumir siempre más: no encontramos nada comparable en las comunidades o sociedades precapitalistas; son propias de la modernidad capitalista e inseparables de la ideología fetichista dominante. El culto a la mercancía es uno de los pilares del capitalismo. El sistema publicitario fabrica el deseo de adquirir este o ese producto, produce igualmente toda una cultura, una visión del mundo, de los habitus y de los comportamientos, en pocas palabras, todo un modo de vida. Mejor que pretender imponer a los individuos que "reduzcan su tren de vida" o que "disminuyan el consumo" ―un enfoque abstracto y puramente cuantitativo―, es crear las condiciones para que puedan, poco a poco, descubrir sus verdaderas necesidades y cambiar cualitativamente su modo de ser y, por tanto, de consumir. La supresión del acoso publicitario es una condición necesaria para ello»; [pp. 120-123].
Texto 22
Ecología de los pobres
«¿Será la ecología un lujo de los países desarrollados, un tema que solo afecta a la población acomodada del mundo industrializado? Bastaría prestar un mínimo de atención a lo que ocurre en los países del sur para desterrar ese lugar común del pensamiento convencional. En realidad, asistimos, entre los campesinos, las comunidades indígenas y las poblaciones urbanas marginalizadas del Tercer Mundo, a importantes luchas por la defensa del medio ambiente; tanto más necesarias en cuanto que es a la periferia del sistema hacia donde se exportan las formas de producción más brutalmente destructoras de la naturaleza y de la salud de la población. Poco importa si las movilizaciones contra la contaminación del agua, las luchas por la defensa de los bosques o la resistencia a las actividades dañinas de las industrias químicas se mantienen o no en nombre de la ecología ―término que no conocen la mayoría de los actores populares comprometidos en estos movimientos―. Lo esencial es que esas luchas existen y que atañen a cuestiones de vida o muerte para las poblaciones afectadas»; [p. 139].
Texto 23
Chico Mendes y la Coalición de los pueblos de la selva por la defensa de la Amazonia brasileña
«Entre las múltiples manifestaciones de esta "ecología de los pobres", hay un movimiento particularmente ejemplar, por su alcance a la vez social y ecológico, local y planetario, "rojo" y "verde": el combate de Chico Mendes y de la Coalición de los pueblos de la selva por la defensa de la Amazonia brasileña, contra la obra destructiva de los grandes terratenientes y de las agroindustrias multinacionales. Chico, que pagó con su vida su acción por la causa de los pueblos amazónicos, se ha convertido en una figura legendaria, un héroe del pueblo brasileño. [...] Francisco Mendes Alves Filho, [...] durante los años 1960, descubre el marxismo gracias a un veterano comunista, Euclides Fernandes Távora. [...] Este aprendizaje marxista tendrá una influencia decisiva en la formación de las ideas políticas de Chico Mendes [...]. Chico Mendes trabaja como seringueiro, esos campesinos que cosechan artesanalmente el látex del árbol del caucho amazónico. [...] Los enemigos de los seringueiros son los latifundistas, el agronegocio, las empresas de la industria de la madera, que quieren comercializar las especies más caras, ganaderos que quieren plantar hierba en el lugar de los árboles abatidos para criar ganado destinado a la exportación. [...] En 1987, organizaciones medioambientales norteamericanas invitan a Chico Mendes a dar su testimonio [...]; sin dudarlo, explica que la deforestación de la Amazonia es el resultado de proyectos financiados por los bancos internacionales. [...] Su combate se convierte entonces en un símbolo de la movilización planetaria para salvar la última gran selva tropical del planeta, y los ecologistas del mundo entero se solidarizan con él. Para la oligarquía rural, que desde hacía siglos tenía el hábito de eliminar ―con total impunidad― a aquellos que osaban levantar a los trabajadores contra el latifundio, él era "un tipo marcado para la muerte". Poco después, en diciembre de 1988, Chico Mendes es asesinado delante de su propia casa por los asesinos a sueldo al servicio del clan de propietarios terratenientes Alves da Silva. Por su capacidad para asociar inseparablemente socialismo y ecología, reforma agraria y defensa de la Amazonia, luchas campesinas y luchas indígenas, supervivencia de humildes poblaciones locales y protección del patrimonio de la humanidad ―la última gran selva tropical todavía no destruida por el "progreso" capitalista―, el combate de Chico Mendes es ejemplar y seguirá inspirando nuevas luchas, no solo en Brasil, sino en otros países y continentes»; [pp. 139-146].
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